ZOUK MAGAZINE (Versión en Español) NÚMERO 1 | Page 73
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y había oscurecido un poco más, como si la
noche se hubiera adelantado. Pronto llegaría al pedregal que ascendía hasta la entrada principal de las cuevas. Desde el interior,
contemplaría el manto gris de la lluvia. Allí
esperaría a que pasara la tormenta.
Llovía cada vez más intensamente y un riachuelo se descolgaba por el pedregal. Las botas, contra el musgo y las piedras, resbalaron
en un par de ocasiones. Se sentía diminuto,
bajo la lluvia, en la cueva. Y le gustaba estar
ahí. Ahí dentro el aire estaba ocupado, muchos antes que él habían contemplado una
lluvia parecida desde ese interior, durante
miles de años.
Quizá ya estaba algo más relajado, las palabras de Arelló no resonaban tanto en el interior de la cueva. Y, tal vez un poco distraído,
confundió el ruido con un trueno y cuando
quiso apartarse ya era demasiado tarde. Saltó hacia atrás, la bota izquierda falló, sintió
el impacto, perdió la visión y fue como dormirse de golpe.
Regresó del desmayo y no pudo ver nada. Sentía el sabor metálico y salado de la
sangre y le dolía un brazo. Podía moverse, pero apenas tenía espacio. Olió a tierra
y humedad. Comprendió muy pronto que
había quedado encerrado, cubierto por un
desprendimiento, y buscó en su bolsillo. El
teléfono estaba ahí pero no tenía cobertura. Con la pantalla iluminó alrededor y pudo ver unas paredes de roca a las que estaba muy pegado. Intentó, con el otro brazo,
mover una piedra. Empujó con el pie, pero no consiguió ni el más mínimo desplazamiento. Se tocó la frente en busca de la
herida y sintió el tacto tibio y viscoso de su
sangre.
Gritó pidiendo ayuda.
Procuró tranquilizarse pensando que
tarde o temprano llegaría alguien y retiraría las rocas. Que podría escucharle como
podía escuchar la lluvia que, todavía, caía
sobre el bosque. Olió la roca, los hongos,
las lombrices y, también, a leña quemada.