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Adentro todo estaba en sombras. Caminé con sigilo —¿Qué sabes de Aleida? Por eso vine. procurando no resbalar ni tropezar con el mobiliario. Al menos en la planta baja no existía    —¿No te gustó el obsequio que te dejé en la cama, rastro de alguna persona. Subí las escaleras. El cabrón? Servidita, lista pa disecar  —volvió a reír silencio era tal  que se escuchaba el golpeteo de de forma exagerada. mis pasos. En el segundo piso contemplé dos puertas. Una ligera luz las alumbraba. Decidí entrar    En ese instante mi sentir fue dual. La sensación en la puerta de la derecha.  Entré y vi en total seis de cólera pero a la vez de calma se entremezcló. hombres; Cinco vestían idéntico. Traje negro y Cólera por la impotencia de saber quién era el camisa blanca. Todos me apuntaron con una nueve asesino de Aleida y no poder redimirla. Calma de milímetros. Advertí la insensatez, por inercia acudí conocer mi inocencia del crimen. al lugar sin prepararme, sin siquiera saber a qué me enfrentaba. Al fondo de la habitación un  Con una placidez alucinante Roberto sacó de uno hombre fumaba un puro, el portaba un traje café, de sus bolsillos del pantalón una nueve milímetros de tela fina, tal vez era un Bruno Magnani. Su y me encañonó. rostro se exhibía hosco. Llevaba la barba y el bigote de unos cuatro días pero excelsamente recortado.   —Ahora vas a morir tú.    —Pinche madre, nunca me equivoco. Sabía que   La situación me traspasó. Pensé que me me encontrarías. Eres inteligente, chingado, encontraba en un sueño, en una pesadilla atroz. siempre lo he dicho. Deseé estar en mi cama, aún acostado, con la resaca de un domingo cualquiera pero la realidad     El hombre del traje costoso parecía conocerme, era otra. Dos personas me señalaban con un arma. por mi parte él no se hallaba en mis recuerdos. La muerte merodeaba. Hambrienta, deseosa de poseerme.     Les hizo una seña a los hombres de camisa de blanca y enunció.   —Al menos dime por qué lo hiciste, por qué mataste Aleida y por qué quieres matarme  —mi     —Salgan todos. Solo quédate tú, Bill. voz fue apenas audible, se escuchaba ahogada, o como si en realidad tuviera el agua hasta el cuello y    De inmediato salieron todos los hombres, me encontrara a segundos de ahogarme. excepto el más alto y moreno que no dejaba de apuntarme con la Luger.   —Ah qué cabrón, ahora hasta quieres saber —Se rio de forma burlesca—. Bueno, Igual  ya te     —¿Quién eres?  —cuestioné de manera osada. chingué la vida por un rato —me lanzó una mirada saturada de odio, sin dejar de verme a los ojos y sin     —Ah que mi buen, Manuel —se levantó y se menguar su sentir, dijo—. Igual que tú me la has sirvió una copa, al parecer una de whisky—, Soy hecho desde la prepa. De hecho ahí empieza todo, Roberto Ramírez. en la pinche prepa. Me quitaste lo único que tenía. ¿Recuerdas a Luisa Martínez? ¿Sabes lo difícil que     Ahora todo encajaba. Ramírez era uno de mis era para alguien como yo hablar con ella? Yo era compañeros de la preparatoria, uno de los más un pendejo impopular, olvidado. Ella, lo más impopulares, por cierto. chingón del mundo, acuérdate. Todos la admiraban, su porte, su belleza. Cuando por fin     —Bien, pero vayamos al grano. Ya me harté de pude acercarme, gracias a la asignatura de cálculo, esta chingadera. Además no tienes mucho tiempo. en donde siempre fui ducho. Creo que la policía te anda buscando  —soltó una carcajada.