Virgilio Piñera al borde de la ficción (La Habana: Editorial UH / Letras Cubanas, 2015) | Page 64
TEXTOS POSTUMOS
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Rousselot ni su brillante prefacio, como tampoco los ensayos que han
sido escritos sobre su vida y su obra.
Dando por aceptado que la palabra es pneumamotor en el poeta,
es decir, que él respira la poiesis y la manifiesta mediante la imago,
la lengua en la que se exprese contendrá las quintaesencias de dicha
poiesis. Un poema como La tragedia del hombre busca - y encuentrala esencia última del ser humano. Ello se expresa en la exhortación que
Madách pone en boca del Señor: «Lucha y ten confianza». Mas para
encontrarla ha tenido que bucear en las distintas personificaciones que
le hace adoptar a Adán. En cada una de estas hay un desdoblamiento
de Adán (es decir, del hombre) con su correspondiente anagnorisis.
Pues bien, tan genial lucubración nos es dada mediante lo que pudiera
llamarse «alquimia del verbo», o sea, una suerte de tratamiento de la
palabra concebido como una operación matemática: nada sobra ni
falta, todo es demostrable.
Tan demostrable que Valéry ha podido decir en el momento de
acometer su traducción de Las bucólicas: «Es que los versos más bellos
del mundo son insignificantes o descabellados una vez que se ha roto el
movimiento armónico de los mismos y alterado su sustancia sonora».
Imaginemos La tragedia vertida al español por un traductor que,
a más de poseer un profundo conocimiento del idioma húngaro, es
también un estudioso de su literatura; que este traductor es, asimismo,
un escritor. Pues bien, si confrontáramos esta traducción ideal con la
mía, encontraríamos esas diferencias de «sustancia». Es decir, que
nuestro traductor ideal nos entregaría ese precioso «precipitado»,
que no es otro que las mencionadas quintaesencias. Su traducción sería
una re-creación. ¿No afirmaba Benedetto Croce que «toda traducción
es una creación provocada, una creación sobre una creación»? Así es
de apremiante la exigencia de fidelidad que el autor demanda del
traductor. Sobre esto Montherlant es terminante:
Un escritor digno de este nombre no crea, lentamente y con una atención
apasionada, un texto en el que cada palabra, cada signo de puntuación es
pesado, meditado, filtrado a través de toda una serie de esbozos -en el
que nada puede ser cambiado- para que un traductor venga a desordenar
todo eso, a estropearlo, a deshacer esta trama tan minuciosa, menos por
ignorancia que por ligereza. Más vale no ser traducido que serlo de ese
modo. Aquel que no piense como yo sobre el arte de la traducción no
tiene la menor noción de lo que es escribir.
Tal parece que pretendo llevar la cuestión por los cabellos o perderme en bizantinas disquisiciones -como las sostenidas entre el