Virgilio Piñera al borde de la ficción (La Habana: Editorial UH / Letras Cubanas, 2015) | Page 63
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traducir; tan identificado estará con su obra que, al verterla, le parezca
que lo que está traduciendo es algo que él mismo ha escrito. Ninguna de
dichas premisas se cumplía para mí con Madách y su Tragedia.
Por eso, al comenzar la lectura de La tragedia del hombre, y pese al
informado prefacio de Jean Rousselot, no pude escapar, en vista de mi
ignorancia de la obra de Madách, a esa desconfianza que siempre nos
asalta ante un título ambicioso. Mientras iba leyendo «Gloria a Dios en
las alturas...», pensé: «Esto debe ser una mala imitación de Fausto
de Goethe. Me veré precisado a traducir miles de versos tediosos de
un lenguaje obsoleto. Esta Tragedia vendrá a ser uno de esos hueros
poemas bíblicos. En una palabra, habré perdido mi tiempo». No sospechaba que La tragedia del hombre está a la misma altura del Fausto
y de La leyenda de los siglos.
Una vez terminada la lectura de esta obra capital, me sentí, en tanto
que traductor, como desarmado. Tanta es la magnitud conceptual y
poética de La tragedia, que exige, por lo pronto, una versión directa.
Al hacerlo de este modo se estaría en óptimas condiciones para expresar fielmente, de una parte, su mensaje, de otra parte, su arquitectura
poética. Es esto lo que hizo magistralmente Jean Rousselot con su
traducción de Madách al francés.
Se dirá, y por supuesto con harta ligereza, que todo cuanto tenía
que hacer era «seguir a Rousselot». Ahora bien, de haber sabido la
lengua húngara en general y la lengua húngara culta en particular, mi
traducción al español de La tragedia habríase visto armada con mis
propias palabras, las que presentarían un ritmo, una tensión y una
sugestión distintos. Así pues, la diferencia entre mi retraducción de La
tragedia y una versión directa sería, al decir de un escolástico, no de
grado, sino de sustancia.
En términos de traducción, tenía ante mí un poema «puesto» en
francés, un poema que en modo alguno «sonaba» a Hugo, pero que
había sido vertido a su lengua. A ello se debe que percibiera yo un tufo
francés a lo largo del mismo.
Como soy, además de traductor, un dramaturgo, mi responsabilidad
era doble con esta obra genial. Para llegar a una absoluta comprensión
de La tragedia tenía que identificarme con su autor. Ya he dicho que
mi encuentro con Madách lo efectué a través del «puente Rousselot».
Acercamiento eficaz en lo que se refiere al logro de una traducción
correcta. No me cabe la menor duda de que mi versión de Madách
al español podrá ser apreciada sin que acuda a la mente del lector el
ominoso dicho italiano: traduttore traditore.
Pero lo que yo buscaba, es decir, las «quintaesencias» de Madách,
no sería susceptible de procurármelo ni la impecable traducción de