Vida de San Juan Bautista De La Salle VIDALASALLE | Page 4

llamada clase media es la más numerosa; en mi tiempo sólo existían ricos y pobres. Los primeros muy ricos y los segundos extremadamente pobres. Los ricos miraban con desprecio a los pobres y los pobres miraban a los ricos con odio. Un ciudadano normal no sabía ni leer ni escribir. Ambas cosas se consideraban un lujo innecesario y a los ricos les gustaba que las cosas estuvieran y continuaran así. "Cada uno en su sitio", decían ellos. Las escuelas eran malas y los maestros peores. Setenta años después de mi muerte estallaría la Revolución francesa debido precisamente a estos gravísimos desequilibrios e injusticias sociales. La jerarquía eclesiástica estaba muy ligada al poder del Estado en todo y, por lo general, se ponía más del lado de los ricos que de los pobres. Los clérigos, fueran nobles de nacimiento o no, frecuentemente se comportaban como grandes señores. Te confieso que, al principio, yo mismo menospreciaba a los que eran más pobres que yo, hasta que tuve la oportunidad de conocer a unos buenos amigos que pensaban distinto y en enseñar a los hijos de los artesanos y los pobres. En mi juventud me asocié sobre todo con la gente que vivía bastante bien. Vestía elegantemente y, una vez, hasta me llamaron la atención en clase por ir excesivamente arreglado. No es que me las diera de alta nobleza, pero algo había de eso. Ya te dije antes que apenas pude disfrutar de mi niñez y juventud por ser el hijo mayor de la familia. Como era tradición en mi tiempo, fui a estudiar a un colegio llamado "Bonorum Puerorum" nombre que se puede traducir hoy por algo así como Colegio para "Niños Bien". Seguro que no te costará mucho trabajo imaginar a qué se refería este "Bien". El nombre no siempre era adecuado, puesto que ni todos eran "niños bien" ni todos eran niños. Allí estudié todo lo que se podría considerar como escuela primaria, secundaria y parte de la universidad. Me creas o no, a la "avanzada" edad de 11 años, recibí la tonsura. Te lo explico. Se trata de una ceremonia en la que te cortaban el pelo de la coronilla de la cabeza y eso quería decir que estabas destinado a ser sacerdote o, ¿quién sabe?, tal vez incluso obispo. En aquel momento no tenía ni idea de lo que significaba ser sacerdote; pero, lo mismo que tú cuando tenías esa edad, yo también jugaba con mis amigos a ser mayor y más de una vez hice de cura. A los 15 años, sin embargo, lo tomé más en serio cuando un tío mío me cedió su prebenda de ca- nónigo en el cabildo de la catedral de Reims, uno de los más ilustres de Francia. Este tipo de cosas eran consideradas más como una beca diocesana que como un trabajo, ya que se les concedía a los jóvenes para animarles a seguir la carrera sacerdotal y ayudarles económicamente en sus estudios en el seminario. Con