Vida de San Juan Bautista De La Salle VIDALASALLE | Page 3

cariño y dando ánimos a los nietos. A veces pienso que fui el favorito de mi abuelo. Con frecuencia, me llevaba a visitar los viñedos que tenía y le encantaba enseñarme a recitar oraciones. Él se sabía de memoria las oraciones de la iglesia, lo que se llamaba el Oficio, y me enseñó a mía recitarlo también. En total tuve diez hermanas y hermanos, pero cuatro de ellos murieron de pequeños. De los siete que sobrevivimos, yo fui el mayor. Desde muy joven tuve que asumir una buena parte de responsabilidad sobre la vida de mi familia. Algunos dicen que fui un muchacho demasiado serio; la verdad es que no tuve todo el tiempo que hubiera deseado para jugar y pasarlo bien; siempre estuve ocupado con asuntos familiares y ayudando a mis hermanos en sus estudios. Si eres el hijo mayor en tu familia, seguro que me entiendes bien. No recuerdo gran cosa de mi infancia. Nada realmente importante ocurrió en aquellos años de mi vida. Imagino que todo lo que se puede decir es que era un chico despierto, que iba a la escuela, jugaba, comía y dormía en casa con mi familia. Los historiadores dicen que me tocó vivir en la Edad de Oro francesa, pero te diré que no hubo nada de espectacular en mi vida. Yo no conocí a la gente famosa de aquel tiempo. Mis padres se tomaban la vida en serio y querían mucho a sus hijos. Pertenecían a una clase social acomodada pero, ciertamente, no a las acaudaladas. De todos modos, para cualquier pobre de aquellos tiempos, nosotros éramos muy ricos. * FRANCIA EN EL S. XVII A pesar de 'que había mucha ignorancia y superstición, en toda Francia se vivía en un clima muy religioso. Hoy, el acceso generalizado de los niños a la educación hace que las dos primeras cosas vayan desapareciendo en muchos países. En cuestión de religiosidad, había varios líderes religiosos a quienes la gente seguía según defendieran una u otra doctrina. Mis padres eran cristianos convencidos y su influencia hizo que ya en mis años de seminarista enseñara el Catecismo a los niños de la calle en París y que, de mayor, me animara a abrir escuelas para niños que no sabían leer ni escribir. En general, se puede decir que el mío era un mundo con una visión positiva de la vida, en el que la mayoría de la gente tenía la idea de caminar segura hacia un sitio donde la fiesta ya había empezado y el mejor vino estaba a punto de ser servido. Pensar en ese lugar futuro, al que se le llamaba cielo, nos animaba a beber buen vino en las comidas y a reír y bailar en nuestras casas. Las fiestas solían ser muy suntuosas. Nuestros héroes y heroínas en aquellos días eran los santos y santas. A mi abuela le encantaba leerme la "Vida de los Santos" cuando yo era muy pequeño. Quería que yo, su nieto, llegara a ser un héroe, pero nunca lo consiguió. Pero había una cosa que, más que molestarme, me confundía en aquel siglo XVII. La diferencia entre los ricos y los pobres era abismal. En tu país, seguro que la