Vida de San Juan Bautista De La Salle VIDALASALLE | Page 12

En medio de toda esta tormenta, tres de nosotros nos armamos de valor y nos comprometimos, mediante un voto, desde entonces y para siempre, hasta el último suspiro o la extinción de nuestra Sociedad, a mantener las escuelas. Con este fin permaneceríamos unidos y seguiríamos adelante aunque sólo quedáramos los tres y nos viéramos obligados a pedir limosna y vivir sólo de pan. Estábamos en 1691 y yo tenía entonces 40 años. Con el Instituto situado ahora en varias ciudades de Francia, me aseguré de que las escuelas estuvieran sólidamente establecidas antes de ponerme a pensar en abrir otras nuevas. No quería cometer los errores de Nyel, quien, con la mejor intención y buen corazón, abría una escuela y volaba a otro lugar antes de que la primera hubiera echado raíces. Así las cosas, me había constituido en iniciador y continuador de las escuelas, ya que no deseaba que otros cargasen con lo que yo había comenzado. Nuestras obras se esparcieron por toda Francia de norte a sur. Incluso enviamos un Hermano a Roma para que abriera allí una escuela, como símbolo de nuestro afecto y unión con el Papa. Creo que lo que más atraía a padres y alumnos a nuestras escuelas eran los Hermanos, hombres honrados, entusiasmados con su trabajo, con un buen dominio de las materias que enseñaban y expertos en llevar la clase. En pocas palabras, sabían lo que se traían entre manos y se sentían satisfechos de su labor. Los muchachos valoraban todo esto y depositaban en ellos su confianza y su respeto. Los Hermanos amaban su trabajo, los demás maestros de mi tiempo lo odiaban; y lo que es más, poco a poco, eran conscientes de que, al desempeñar su profesión de educadores, respondían a una llamada de Dios.  Las mejores escuelas y los mejores maestros Como te dije antes, yo fui un muchacho de ciudad. A medida que fui creciendo comprendí que las escuelas en las ciudades eran más necesarias que en las aldeas. Se puede decir que las ciudades siempre han sido algo parecido a focos de fuego, desde los que se propaga la luz de la cultura a los más oscuros rincones del mundo circundante. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que los Hermanos ignorásemos las pequeñas poblaciones, pues muchísimos de los maestros seglares que formábamos ejercían su labor precisamente en las aldeas de campesinos. Así pues, nos asentamos en zonas bastante pobladas, no sólo porque las escuelas tendrían de esta manera mayor influencia, sino porque no deseaba desperdigar a los Hermanos de manera indiscriminada, uno por aquí y otro por allá. No podía enviar a un Hermano a un pueblo donde sólo había unos pocos niños para una clase; porque el Hermano no podía vivir solo.