Vida de San Juan Bautista De La Salle VIDALASALLE | Page 11
En aquellos días, cualquiera podía ser maestro de escuela; no se necesitaba
ningún título especial. Todo el que sabía medio leer o escribir podía ser
maestro. Algunos eran casi ignorantes, rudos, inútiles para enseñar, porque no
sabían como hacerlo, e incapaces de educar en buenos modales porque ellos
no lo tenían. Ocupaban una de las clases laborales más bajas de Francia.
Si me preguntaras cuál me parece que fue la mayor contribución que pude
ofrecer a la educación, te diría que fue reclutar y formar buenos maestros y
hacerles sentirse orgullosos de su trabajo. Les ofrecí una profunda motivación
religiosa. Les dije que eran hombres llamados por Dios mismo para una gran
misión; ellos eran los Embajadores de Jesucristo y los niños a quienes
enseñaban eran su mayor riqueza.
Así marchaban las cosas. Había cruzado el Rubicón, la suerte estaba echada.
Ahora vivía todo el tiempo con los Hermanos. Teníamos un nombre, un hábito
y una gran aceptación. Algunos empezaron a conocerme como el "sacerdote
joven que había fundado a los Hermanos de las Escuelas Cristianas".
LOS AÑOS DE CRECIMIENTO
NACE EL INSTITUTO DE LOS HERMANOS
Siempre he pensado en los años que acabo de describirte, desde 1679 a
1685, como el momento en que el Instituto de los Hermanos de las Escuelas
Cristianas fue engendrado en las entrañas de la historia por la mano de Dios.
Aunque este nacimiento se haya fechado en el año 1680, creo que fue más
fruto de un proceso que de un acontecimiento aislado.
En 1686 celebramos una Asamblea General. Al final de la misma, doce de
nosotros hicimos voto de obediencia por tres años "para procurar con todas
nuestras posibilidades y esfuerzos el establecimiento de la Sociedad de las
Escuelas Cristianas".
Con el fin de celebrarlo nos fuimos de peregrinación al santuario de Nuestra
Señora de la Alegría. Allí celebré misa en el altar de la Virgen y repartí la
comunión a los doce Hermanos. Fueron unos días estupendos para mí, algo así
como una luna de miel. Con 35 años cumplidos me sentía joven y vigoroso,
capaz de afrontar esta aventura desafiante y apasionada a la vez.
Durante los seis años siguientes empezaron a surgir en el horizonte nubes
oscuras cargadas de problemas. En poco tiempo me vi enfrentado a
autoridades eclesiásticas, grupos de maestros que cobraban por enseñar,
denuncias judiciales y muerte y abandono de algunos Hermanos. Para
empeorar más las cosas, mi salud tampoco iba muy bien que digamos.