Verdad y Vida Ene-Feb 2017 | Page 16

milia. También recuerdo que saqué el dinero de mi hucha de cerdito y lo sumé a los diez dólares que tenía en la cartera y luego lo cambié todo por billetes de un dólar para que mi cartera pareciera estar llena de dinero. Sabía que me haría sentirme como ¡un millonario en la tienda de golosinas! Todavía recuerdo esos regalos en el Día del Padre. Esos recuerdos me hacen pensar en el amor de mi padre, de mi abuelo y de nuestro Padre celestial. Pero hay más en la historia. No hacía ni una semana desde que me dieron la cartera y el dinero cuando la perdí. ¡Estaba derrumbado! Debió de caerse del bolsillo de atrás de mi pantalón cuando estaba en el cine con mis amigos. La busqué incansablemente durante varios días pero no la encontré. Ahora, unos cincuenta y dos años después todavía siento el dolor de aquella pérdida, no por el valor monetario, sino porque, como regalos de mi abuelo y de mi padre, tenían un gran valor sentimental. Lo interesante es que la tristeza duró solo un breve tiempo pero los recuerdos agradables del amor que me expresaron mi abuelo y mi padre han permanecido. Aunque valoré sus generosos regalos estimé el amor expresado por mi padre y mi abuelo. ¿No es eso lo que quiere Dios de nosotros, que apreciemos la profundidad y la riqueza de su amor incondicional? Jesús nos ayuda a comprender la profundidad y la anchura de ese amor en sus parábolas de la oveja y la moneda perdidas y en la del hijo pródigo. Estas parábolas registradas en Lucas 15 demuestran el amor apasionado del Padre celestial por sus 16 Verdad y Vida Enero – Febrero 2017 hijos, y nos muestran como Dios se alegra de encontrar a los que están perdidos. Al hacerlo, estas parábolas señalan al Hijo encarnado de Dios (Jesús), que vino a encontrarnos y a llevarnos a casa, a su Padre. Jesús no solo nos revela al Padre, revela su deseo de venir a nosotros en nuestra pérdida y llevarnos a su amorosa presencia. Siendo amor puro, Dios nunca deja de mencionar nuestros nombres con su amor. Como el poeta y músico, Ricardo Sánchez escribió: “El Diablo conoce tu nombre pero te llama por tus pecados. Dios conoce tus pecados pero te llama por tu nombre”. La voz de nuestro Padre celestial llega a nosotros por su Palabra (Jesús), por medio del Espíritu. La Palabra juzga el pecado en nosotros, venciéndolo y alejándolo “tan lejos como está el oriente del occidente”. En lugar de condenarnos, la Palabra declara el perdón de Dios, nos afirma y santifica. Cuando nuestros oídos y corazones están sintonizados con la Palabra del Dios viviente podemos comprender su palabra escrita, la Biblia, como Dios pretende y él quiere que transmita el mensaje de su amor por nosotros. Romanos 8 muestra esto claramente, uno de mis pasajes favoritos de las Escrituras. Empieza con esta declaración: “Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Luego finaliza con este poderoso recordatorio del amor inacabable e incondicional de Dios por nosotros: “Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, powww.comuniondelagracia.es