LYZETH MARIANA PARRA NIMISICA
H
abía una vez una niña que vivía con sus padres en una cabaña muy
acogedora en medio del bosque, muy pero muy lejos del pueblo, un día su
padre fue al pueblo a comprar bastantes cosas para el hogar, iba en su
caballo hacia el pueblo, de vuelta por el camino unos ladrones lo atacaron y al
igual que a su caballo; pasaron los días y su esposa muy preocupada al ver que
pasaba el tiempo y su esposo no aparecía salió en su búsqueda, y en el camino lo
hallo sin vida y sin su caballo, al lado de su cuerpo había una mata para sembrar.
María, que por cierto así era el nombre de la mamá de Salome, iba en un carruaje
de madera y recogió el cuerpo de su esposo junto con su mata, Salome cuando vio
que su madre se acercaba a la cabaña salió corriendo a su encuentro, al ver a su
padre sin vida su primer impacto fue llorar desconsoladamente, porque para ella él
era uno de los hombres más guapos, luchadores, amable, honesto, y sobre todo un
excelente padre. La niña al día siguiente enterró a su padre con la ayuda de su
madre, y para que fuera un entierro como él se lo merecía María en el funeral de su
esposo dijo unas palabras muy conmovedoras, de la misma manera lo hizo Salome,
su hija; ella se tomó la molestia de plantar la mata que su padre llevaba, en su
honor la llamo “REX” como su perro, que había desaparecido tiempo atrás.
Pasaban los días, las semanas, los meses y Salome veía como crecía Rex, que era un
árbol de siete cueros, que crecía rápidamente.
Luego de un tiempo su madre se enfermó y tuvo que ir a vivir con su abuelo que
vivía en el pueblo, quien cuidaría de ella y su madre; Salome frecuentaba
diariamente a su gran amigo Rex a quien le contaba todas sus penas y
pensamientos, Salome era demasiado feliz estando cerca de su gran y frondoso
amigo, el árbol de nombre Rex; ella solía poner su espalda sobre él y sentir lo
fuerte que era mientras le contaba lo que a diario vivía, y a su vez escribía en las
hojas que alguien, a quien ella no recordaba se las había obsequiado hacía mucho
tiempo atrás, porque las encontró un día sobre su cama, como un regalo. Salome
veía, que pasaban los días, las semanas y su madre no se mejoraba, pero Rex sí
crecía cada día más y más.
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