VE-SEPTIEMBRE.pdf Sep. 2014 | Page 70

Mi casa era bella, un jardín de rosas blancas y un limonero perfumado nos daban la bienvenida. La ventana de la cocina daba a la calle lo que me permitía estar atenta cuando alguna de mis amigas me llamaba para salir. En el patio había una pequeña huerta de ensalada fresca y zapallos para la sopa caliente, que mi mamá todos los días preparaba. El momento había llegado. El camión de la mudanza esperaba en la calle. Al costado, los muebles desarmados, canastos repletos de cosas; y yo, empacando uno a uno los recuerdos que durante treinta años permanecieron guardados en algún sitio del ropero. Viejas muñecas, compañeras de juegos que alguna vez con mucho amor abracé. Pilas de cuadernos con algunos insuficientes y notas sobre mi mal comportamiento. Los discos que coleccionaba mi hermano que mucho significaron en mi adolescencia; y la ropa, esa que usé durante toda mi vida y mi mamá jamás se animó a tirar. Cada cosa que guardaba me hizo revivir felices momentos de mi niñez. Solo yo aún permanecía adentro de mi casa. No podía irme sin despedirme de cada rincón. Llorando abracé mi almohada de plumas como lo hacía en los momentos en que me sentía angustiada o cuando, despierta, soñaba con ser grande y que fue testigo de lo vivido y de lo que me faltó por vivir. Acaricié las paredes, apagué la luz y sin mirar atrás me fui. A veces, cuando regreso al barrio, paso por la puerta de la casa que aún siento mía y me busco en el aroma de las glicinas, en el olor a tierra mojada, en el solcito de los amaneceres y las tostadas de la mañana. Siento que el alma se me escapa en cada suspiro, aunque el tiempo no se detenga y no tenga sentido, me busco y voy tras las huellas para que me salpique de ternura y descubro que no me fui nunca. María Rosa Fraerman “Meryross” (Rosario, Argentina) http://www.meryross-meryrosa.blogspot.com/ 66