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Martín fue directamente a la plantación a hablar con el señor Murray, sobre la compra de un esclavo que necesitaba. Ulises seguía encadenado, surcos sanguinolentos a medio curar cruzaban su espalda. Su delito: intentar huir. Murray no lo quería, ni el látigo le había hecho desistir de sus intentos de fuga. Y no le importó deshacerse de él, pero no perdió dinero. Martín se lo llevó. Rai esperaba en las afueras de la plantación. Cuando les vio venir, echó a correr mientras un torrente de lágrimas bañaba su rostro y se fundieron en un abrazo con el ansia de la desesperación. Marisol Santiso Soba (Madrid) 64