VE-SEPTIEMBRE.pdf Sep. 2014 | Page 66

Había anochecido, cuando por fin se atrevió a salir del agujero. Fue en busca de su padre. Recorrió la aldea y solo vio ancianos afligidos con el hedor de la tortura. No le encontró. Entonces supo que se lo habían llevado. Y encogido por el dolor, lloró toda la noche. A la mañana siguiente fue a buscar a Martín. Le vio en el huerto, llevaba el hábito recogido en la cintura, dejando al aire sus blancas y escuálidas piernas. Al verle soltó el azadón y fue hacia él para abrazarle, recordando la primera vez que le vio, cuando acababa de perder a su madre y a su hermanito recién nacido. En aquel entonces solo tenía cuatro años, pero diez años después volvía a tener la misma tristeza en la mirada. Le hizo pasar a la casa y le dio un vaso de agua fresca. - Voy a ir a buscarle – dijo el muchacho con los ojos vidriosos, pero una autodeterminación férrea. - Solo no puedes, Rai - Ayúdeme, por favor – y un nudo en la garganta le impidió exponer su plan. Martín se santiguó, le puso una mano en el hombro y con un halo de resignación, exclamó: - ¡Que Dios me perdone! Después de casi treinta años de vestirse solo con el hábito, se sintió extraño al ponerse camisa y calzones. Y de esta manera pasó a ser un comerciante con esclavo. Intuía que esto le costaría los hábitos, si es que salían vivos. Seis semanas después, sabiendo el paradero de Ulises, embarcaron rumbo a Carolina del Sur. Subieron al anochecer, cargados con gallinas en jaulas, y mezclados con el resto de emigrantes, que como ellos, tenían que pagarse el pasaje y la comida con su trabajo. Aprovechando la marea se echaron a la mar. Durante muchas semanas, el viaje transcurrió con la misma tónica. Rai con la mirada perdida no pensaba nada más que en su padre, evocando su rostro todavía con facilidad. Tres meses de viaje le hicieron adelgazar, atenuándose las líneas del miedo y el agotamiento. 62