VE-SEPTIEMBRE.pdf Sep. 2014 | Page 51

M. y el humo de las palabras Encender una pipa no es fácil. Tampoco escribir un relato. La cosa se complica más cuando intentas escribir un relato mientras enciendes y fumas una pipa. Pero vayamos por partes. M. sabe perfectamente que la clave de todo reside en la carga de tabaco. Aquí cada uno tiene sus manías, claro, y uno puede preferir la doble carga a la triple carga, al igual que hay escritores que inician su relato con una frase contundente, como Tolstoi en Anna Karénina, o con una sencilla frase que, paradojas de la vida, termina siendo igualmente contundente: “Llamadme Ismael.”, nos decía Melville al principio de Moby Dick. Pero M. es un hombre de costumbres, y decide utilizar la triple carga: fondo suave para crear una capa de aire, medio compacto para que la “pipada” dure lo máximo posible y tarde en apagar, y superficie con hebras sueltas para que prendan rápido y fácil al contacto con la lumbre. Por eso comienza su relato, una vez siente el humo en la punta de su lengua, con una frase contundente pero que al posible lector le parecerá algo ambigua: “Encender una pipa no es fácil”. Una vez escrita la primera frase (y ya con la pipa en plena combustión) entramos en una segunda fase. Ahora la clave es saber qué queremos contar. Algunos puristas podrán achacarle a M. que eso debería haberlo pensado antes de escribir la primera frase, pero a los puristas M. les hace el mismo caso que a los suplementos literarios cuando recomiendan un libro. Bien, M. se da cuenta que lo que quiere contar carece de importancia o, mejor dicho, vuelve a ser el eterno tema que tanto le preocupa: que todo se puede narrar si el narrador es convincente. Por eso M. vuelve a narrarse a sí mismo narrando una historia que carece de narración. Sí, sí, ya se que todo es muy complicado, pero nadie ha dicho que escribir sea fácil, ni que mantener una pipa encendida esté al alcance de cualquiera. Con el cuerpo del “relato” más o menos asegurado, M. decide poner “relato” entrecomillado, no vaya a ser que a los puristas se les salgan los ojos de las órbitas, M. es consciente que todo está llegando a 47