Vagabond Multilingual Journal Spring 2013 | Page 20

Lúdico Hacía cuatro meses que no la veía, pero no había sido fácil verla. Se abrieron las puertas que nos separaban y me la comí a besos. Le agarré la cara, por las orejas, me acerqué su perfil y le mordí los labios delicadamente con sed. Poco a poco, sollozando, nos devolvíamos mucho tiempo sin afecto. Un hombre con uniforme nos apresuró, mientras que el resto de la gente veía el cariño con que nos mirábamos. Nuestras frentes permanecían juntas y nuestras manos no se separaban de nuestras caras. ¡Qué adoración que nos teníamos! Agarramos las pocas pertenencias que tenía y nos fuimos de la mano a la salida. Allá afuera la vida era otra cosa, el sol de mediodía resplandecía con justicia, con divinidad hechicera. Noté que Ariel sintió un tirón en su mano derecha cuando el guardia tiró del cuello de mi camisa hacia atrás con rudeza. Mis cosas se desparramaron en el piso y ella arañaba al hombre con odio e ímpetu. —¡Déjelo, déjelo!— gritaba. Nada entendía el hombre y nada le importaba. Yo, ¿qué podía hacer…? ¿Correr? ¿A dónde? ¿Golpear al hombre? El pobre infeliz hacía su trabajo, qué culpa tenía de las reglas. Finalmente tocó la sirena, se acabó el juego y nos fuimos a casa. Le dije a Ariel que teníamos que salir más rápido, que no podíamos jugar así, que siempre nos iban a atrapar. Teníamos que ser más audaces y besarnos menos y seguir las reglas del juego de una manera más práctica. Ella fingió una mueca y se adelantó haciendo un tiquitaca gracioso con los zapatos. No le había gustado lo que le había dicho, eso era seguro. Lo que sí era seguro era que al otro día tendríamos que volver a jugar el juego de los adultos. Lo bueno era que la sirena sie pre nos salvaba cuando nos equivocábamos, lo malo… que las sirenas no existen. 20