¿Te imaginas que hubiera un punto inter-
medio, justo a la misma distancia de atacar
que de huir? Un punto que te permitiera
mantener una posición firme pero neutra,
algo así como: “No quie-
ro hacerte daño, pero
no voy a dejar que me
lo hagas tú a mí”. Sería
magnífico
permane-
cer en él, ¿verdad?
Porque te permitiría
manejar situaciones de
confrontación sin re-
sultar agresivo para el
otro -lo que desactivaría
su necesidad animal de
defenderse-,
y,
al
mismo
tiempo,
te
ayudaría a proteger tus
derechos sin pasar por
la horrible sensación de
haber sido avasallado o
pisoteado.
Pues ese punto exis-
te, y le llamamos
“ASERTIVIDAD”.
Viene del latín “asertum”, que significa “fir-
me”. Como dije antes, no es una técnica, ni
una herramienta. Es más bien una posición
existencial, un derecho a actuar en la vida de
forma firme, adulta, resolutiva pero emocio-
nalmente controlada. Y todos podemos usar
este derecho, si bien hay poca gente que
nazca asertiva. El resto hemos tenido que
aprenderlo.
Ser asertivo tiene muchos beneficios,
algunos directos y otros colaterales. Mejo-
ra mucho la calidad de las relaciones, pero
también la autoconfianza. Enseña a decir
“NO”, pero también a pedir un favor, o a de-
cir “SÍ” cuando corresponde. Disminuye la
cantidad y la intensidad de conflictos, pero
también nos ayuda a mantener un diálogo
más sano y equilibrado con nosotros mismos.
Algo que merece un análisis más deta-
llado, por lo que lo desarrollaremos con
mayor profundidad en el próximo artículo.
27