ma de subrayar nuestra empatía y así es
comprendido y aceptado por una mayoría
de los individuos que lo escuchan y adoptan.
Sin embargo, en mi opinión, es prácticamen-
te lo opuesto.
Si entendemos empatía como el conoci-
miento, comprensión y aceptación del otro
(no confundir con estar de acuerdo con él),
parece poco empático tratarlo según nuestras
preferencias (creencias, valores, intereses,
etc.). Suena más a egoísmo, en el sentido de
que mis preferencias deberían ser el modelo
al que el mundo debería aspirar. Poco humil-
de, ¿no crees?
Yo lo he cambiado por: trata a los demás
como a ellos les gustaría ser tratados. ¿No te
parece más empático?
Unas veces se gana… y otras se pierde
Éste es otro dicho de gran circulación y
aceptado por muchos de los individuos
que conoces. Puede que tú también lo
hayas escuchado de tus propios labios.
A lo largo de tu vida puedes reconocer epi-
sodios en los que las cosas te salieron como
deseabas, y sentiste satisfacción. Ganaste.
En las otras, probablemente muchas menos,
el resultado conseguido distó del esperado y
sentiste insatisfacción. Erraste, perdiste.
Yo elegí, hace tiempo, cambiarlo por el que
da título a este artículo. Su gestación coinci-
dió con una fase de mi vida en la que accedí
al conocimiento del pensamiento positivo.
Una época en la que estaba bastante ocupa-
do esforzándome en revisar mis creencias
o verdades para elegir entre quedarme con
ellas o cambiarlas por otras más poderosas.
Cuando le llegó el turno a ésta recuerdo que
me pregunté algo así como: “¿Sólo hay dos
opciones en mi vida? ¿Ganar o perder?”
Fui capaz de diseñar esa pregunta tan
simple desde la inquietud que había adqui-
rido por sustituir mi mentalidad de hacerme
preguntas cerradas por abiertas. Realmente
simple…
y
sin
embargo
poderosa.
La respuesta que encontré fue positivizar la
consecuencia de perder. Me decía: “Si fuese
capaz de revisar a fondo la vivencia, reflexionar
9