dunas de arena y pistas interminables me
esperaban junto a un molesto viento y tem-
peraturas rondando los cuarenta grados
como aliados de la dureza del recorrido.
Más de seiscientos kilómetros para disfrutar,
sufrir, pensar y comprender, si era capaz de ir
pasando etapa a etapa dentro de los tiempos
marcados por la organización de la carrera.
En las siguientes líneas quiero compartir con
vosotros una parte de mi experiencia y algu-
no de los aprendizajes que de allí me traje
como equipaje de vida.
PRIMER APRENDIZAJE: “NO ACOMPLEJARSE
NUNCA”
Etapa 1: Maadid-Erg Chebbi. 105 kms.
1062+. Primer contacto con el desierto.
Cuando el día del traslado a las cinco de la
mañana me di encuentro, junto a mis compa-
ñeros del Equipo Troyanos, con los partici-
pantes que salíamos de Madrid, aquella gente
me pareció “normal”, más allá de la obsesión
que percibía por hablar de bicicletas, recor-
ridos y pruebas ciclistas. Los encuentros y
reencuentros que se producían eran los pro-
pios de personas que comparten una afición
y se disponen a vivir una aventura.
Al día siguiente, es decir, en la mañana que
arrancaba la prueba, la impresión que tuve
fue muy distinta. Buena parte de los más
de 450 participantes, de los que tan solo 26
eran chicas, exhibían cuerpos moldeados por
muchas horas de entrenamiento en gimna-
sio, piernas depiladas para favorecer el traba-
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jo de los masajistas y llamativos tatuajes en
piernas y brazos. Prácticamente todos ellos
ataviados con ropa de calidad de las mejores
marcas y bicicletas a juego con el resto de su
equipación, es decir, máquinas de alta com-
petición en las que cada uno habría invertido
entre siete y diez mil euros.
Caminaban con cierta parsimonia, pero su
pose no terminaba de esconder el flu jo de
adrenalina extra que inundaba sus venas esa
mañana.
Fueron momentos de mucha inquietud para
mi. Momentos en los que me acordé de todos
los “consejos sensatos” que me había dado la
gente que me quería. “¿Qué pinto yo aquí?”,
me dije. Con mis casi sesenta años, cero horas
de gimnasio y piernas velludas…. “¿Quién me
mandó venir aquí?”. Honestamente sentí un
momento de flaqueza aunque no dejé que se
apoderara de mi, tan solo me rondó. Sabía
que mi habilidad para resignificar lo que allí
me pasara iba a ser una excelente herramien-
ta a mi disposición. Aquellas sensaciones las
vivía como un síntoma de la responsabilidad
que había asumido al inscribirme en aquella
prueba, y me dejó muy tranquilo volver a
recordarme que yo no llegaba allí con la
intención de hacer pódium sino que mis pre-
tensiones tan solo pasaban por acabar la car-
rera dentro de los límites de tiempo fijados.
Poco antes de las ocho de la mañana, hora en
la que cada día se daba la salida de la etapa,
me coloqué en el cajón de salida junto a Jon