SEGURIDAD PROFESIONAL 51 | Page 52

1888: Crimen de la calle Fuencarral

Pedro García Luaces

El 2 de julio de 1888 por la mañana, la policía de Madrid acudió a una llamada de los vecinos del edificio de la calle Fuencarral 109: del segundo izquierda salía humo y olía a quemado. En el interior del piso se encontró el cuerpo de Luciana Borcino, viuda de Vázquez Varela, tendido en el suelo, a los pies de la cama, descalzo, boca arriba y cubierto de trapos empapados en petróleo y quemados, que sólo pretendían disimular las puñaladas recibidas por la mujer. En otra habitación, hallaron a Higinia Balaguer Ostalé, la criada, narcotizada, al igual que el perro bulldog que yacía a su lado. Al ser rea¬nimada y ver a su ama, rompió a llorar con desesperación. Empezaba así un caso que comprometía a cargos políticos y judiciales, y el de más relieve mediático hasta la fecha: el Gobierno liberal de Práxedes Mateo Sagasta acababa de aprobar, en el marco de la reforma del Código Penal, la Acción Popular, defendida por Francisco Silvela, que permitía a los ciudadanos buscar la justicia como fin social.

Todos los indicios racionales, vistos desde el presente, implicaban a José Vázquez Varela, hijo de la víctima, conocido como el pollo Varela, si bien éste tenía coartada: estaba detenido en la Cárcel Modelo por el robo de una capa. Pero todo el mundo sabía que de esa cárcel, dirigida por José Millán Astray —padre del fundador de la Legión y protegido del político gallego Eugenio Motero Ríos, presidente del Tribunal Supremo—, los presos entraban y salían a sus anchas. O sea que podía ser autor material del crimen, como dijo

en su primera declaración Higinia Balaguer. El pollo Varela mantenía relaciones con Dolores Ávila, Lola la Billetera, que era amiga de Higinia, quien a su vez había sido compañera de Evaristo Abad Mayoral, el cojo Mayoral, que tenía una taberna frente a la prisión. Durante el juicio, en el que actuó como abogado de la defensa el ex presidente de la Primera República, Nicolás Salmerón, la opinión se dividió entre los que culpaban al hijo de la finada y los que culpaban a la criada. Finalmente, la mujer fue condenada a muerte por garrote vil. Veinte mil personas presenciaron su ejecución —la última pública en España—, entre ellas doña Emilia Pardo Bazán, Pío Baroja y Benito Pérez Galdós, que escribiría un libro sobre el caso: El crimen de la calle Fuencarral.

El crimen de la calle Fuencarral (denominado a veces como asesinato de la calle Fuencarral, o caso de la calle Fuencarral) es un asesinato acaecido en el año 1888 en el piso segundo izquierda del número 109 de la calle de Fuencarral (curiosamente, la calle carece en la actualidad de un portal con el número 109, ya que salta del portal 107 al 111, ubicándose entre ambos el portal número 1 de la Glorieta de Bilbao). El día 2 de julio de 1888 por la mañana, los vecinos de la calle Fuencarral llaman alarmados a la policía, y cuando llega la policía descubren el cuerpo de doña Luciana Borcino, viuda de Vázquez Varela boca arriba, cubierta con unos trapos mojados en petróleo y ardiendo en una habitación cerrada. En una habitación adyacente se encuentra un perro bulldog y la sirvienta Higina Balaguer Ostalé duermiendo narcotizados.1

El desenlace e indagación de la policía de la época trajo en vilo a la sociedad española de la época dividida en dos bandos. Este crimen mediático fue uno de los primeros de los que se hizo eco la prensa española llegando hasta los estamentos más altos de la política.