SAMIZDAT | Crónica de una vida nueva Octubre 2010 | Page 4

4 SAMIZDAT. OCTUBRE 2010 S O C I E DA D La polémica de los gitanos saca a la luz los problemas de Europa La reunión de los jefes de Estado europeos en Bruselas ha estado polarizada por la polémica de los gitanos. La tormenta desatada hace unos días por las declaraciones del Comisario Europeo de Justicia, Viviane Reding, en las que comparaba la evacuación de los campamentos de nómadas por parte del gobierno francés con las deportaciones de la Segunda Guerra Mundial, no ha hecho sino continuar en los últimos días. Desde Merkel a Berlusconi, pasando por Zapatero y Barroso, todos se han pronunciado acerca del tema. Repasemos los hechos de una historia que comenzó hace algunos meses. El asesinato del joven gitano Luigi Duquenet a mediados de julio y los posteriores disturbios en Saint-Aignan (Loir-et-Cher) y en Isère fueron la chispa que hizo estallar de nuevo, el pasado julio, la eterna polémica sobre los gitanos y los nómadas. Esta vez, sin embargo, la respuesta del gobierno francés no ha sido una advertencia sino una iniciativa política destinada, en palabras de Sarkozy, a «llevar a cabo una lucha implacable contra la criminalidad». Después de las reuniones de finales de julio el gobierno francés decidió evacuar más de 300 campamentos ilegales en el tiempo de tres meses. Dicho y casi completamente hecho. E sta iniciativa política ha desatado numerosas críticas. De los primeros en contestar fueron los representantes de las asociaciones de gens de voyage y la izquierda francesa. Ambos acusaron al ejecutivo de llevar a cabo una política que consideran «racista y discriminatoria» y destinada a desviar la mirada de los problemas internos del gobierno de Sarkozy respecto del caso Bettencourt y las acusaciones de financiación ilegal de su partido (UMP). La controversia, durante los primeros días, se dio exclusivamente en territorio francés, pero al poco tiempo llegó también a otros países. Del otro lado de los Alpes, en Italia, el ministro Maroni, en una entrevista el 21 de agosto, daba la razón a Sarkozy y afirmó, recordando las expulsiones llevadas a cabo en el año 2007 por Walter Veltroni, alcalde de Roma, que Francia no había hecho otra cosa que “copiar” el ejemplo de Italia. Mons. Giancarlo Perego, director general de la Fundación de Inmigrantes de la Conferencia Episcopal Italiana, respondió que «el gobierno italiano no puede decidir de forma autónoma en lo que se refiere a una política europea que, básicamente, establece el derecho a la libertad de residencia y circulación». A su vez, en el Ángelus del 22 de agosto en Castelgandolfo, el Papa ha invitado en su saludo a los peregrinos de lengua francesa, «a saber acoger la legítima diversidad humana». El regreso de las vacaciones y la reanudación del curso político han ampliado el debate. Así, entre las diversas declaraciones de las organizaciones internacionales y asociaciones, el 13 de septiembre, el Alto Comisario para los Derechos Humanos, Navi Pillay, ha declarado que la política francesa acerca de los gitanos agrava «la estigmatización de los gitanos y su extrema pobreza». Como hemos visto, sin embargo, la polémica ha estallado en toda su dimensión en la cumbre de los jefes de estado de la UE, reunidos en Bruselas hace algunas semanas. En esa ocasión se sucedieron declaraciones, contradeclaraciones, justificaciones, ataques y acusaciones. Es cierto que las expulsiones realizadas por el gobierno de Sarkozy pueden haber sido exageradas y haber afectado injustamente a gitanos que nada tenían que ver con la delincuencia. Pero no hay que olvidar que responden a un problema real de seguridad ciudadana. Las críticas ideológicas y los pacifismos “buenistas” y abstractos no resuelven el problema de unas comunidades que, por desgracia, se organizan con frecuencia como microsociedades sin ley que terminan por con- vertirse en muchas ocasiones en focos de delincuencia, analfabetismo y tráfico de droga. La polémica abierta por las medidas de Sarkozy, más allá de los chismes políticos, debería abrir dos debates. En primer lugar, desde el punto de vista político, es necesario trabajar por una mejor articulación de las normas europeas en el contexto de la soberanía de los países miembros. Como señaló el filósofo André Glucksmann en un artículo publicado en Le Monde hace unos días, «los arquitectos de Bruselas no han logrado garantizar las condiciones prácticas para la libre circulación de los europeos (…) itinerantes». Es cierto, pero no es sólo culpa de Bruselas porque, como ha escrito el eurodiputado Mario Mauro, «este no es momento de cruces de acusaciones o de instrumentalizaciones políticas, es momento de abrir realmente un debate sobre las medidas serias y concretas para resolver los problemas de integración». Es el momento de que la normativa europea (2004/38/ CE) sea aplicada realmente en el contexto de la soberanía nacional de los estados de la UE, de las regiones y de las ayuntamientos implicados más de cerca en el problema: cooperar para que esta legislación llegue a ser no sólo algo justo sino también algo viable. En segundo lugar hace falta, como apuntaba el Papa, que nos preguntemos sobre nuestra capacidad de acogida a los pueblos que tienen una forma de vida diferente de la nuestra. Las instituciones educativas y sociales, los políticos y cada uno de nosotros deberemos encontrar vías de integración (también valorar y promover las experiencias de integración ya existentes) que permitan a los pueblos nómadas vivir en libertad su condición “no asentada” exigiéndoles, a la vez, el respeto y el cumplimiento real de ciertos mínimos fundamentales fuera de los cuales la vida común es imposible. David Blázquez Vilar, doctorando de Filosofía en la UCM