SAMIZDAT | Crónica de una vida nueva Octubre 2010 | Page 2
2
SAMIZDAT. OCTUBRE 2010
AC T U A L I DA D
Mundial Sudáfrica: algo más que fútbol
A nadie se le escapa que el Mundial de fútbol es un acontecimiento único, tanto a nivel deportivo como a nivel
social. Se celebra cada cuatro años y
reúne a las mejores selecciones del planeta. Además, el 11 de julio de este año
nuestra España se ha proclamado por
primera vez en la historia campeona del
torneo. Tuve la ocasión de viajar a Italia
pocos días después de la victoria… ¡Qué
orgullo ser español!
Hay quienes afirman con ironía que
el fútbol es una pantomima donde se juntan 22 tíos a darle patadas a un balón y
que no tiene ningún misterio. Creo que se
equivocan. No hay más que ver a Gyan,
el jugador de Ghana, fallando el penalti
que le habría dado a su equipo el pase a
semifinales – ¡por primera vez un equipo africano se habría clasificado para la
penúltima ronda! –, a sus compañeros
consolándole al término del partido, a
los holandeses observando desolados la
entrega de la copa a Casillas y por qué
no decirlo, a Casillas dándole un beso a
la Carbonero saltándose todos los esquemas protocolarios que parecían reinar
en ese momento. Expresó sencillamente
la alegría de todos los españoles. ¡Gracias Casillas!
Cierto es que se manejan unas
cantidades obscenas de dinero pero en
mi opinión es una pérdida de tiempo
lamentarse, viendo estos gestos se hace
difícil no conmoverse. Amigas mías
pueden estar viendo un partidazo y sólo
se preocupan porque no entienden el
fuera de juego, pero cuando alguien falla
una ocasión clara o ven al entrenador
llorando porque su equipo ha perdido
La plaza del pueblo
se llevan las manos a la cabeza casi
compartiendo el dolor en sus carnes.
¿No será que estamos delante de algo
radicalmente humano? En el fútbol y
en el deporte en general se da una gran
diversidad de rasgos humanos.
Quiero resaltar uno: cuando Capdevila, Villa o Iniesta llegaron donde estaban los periodistas decían que había sido
un triunfo de toda una selección, de todo
un país, ¡no se conciben solos! Están
dentro de un “nosotros”. El deporte educa al hombre y le enseña que en la vida
uno crece si pertenece a una comunidad.
Tanto cuando gana como cuando pierde.
De hecho, la soledad aplasta victorias y
derrotas. Por el contrario, la tristeza por
haber perdido la final o la confusión y el
dolor punzante que uno siente cuando un
hermano se pone enfermo, son una gran
oportunidad para entender que nuestra
vida está hecha para estar en relación
con personas que necesitan entender
el sufrimiento y necesitan siempre ser
acompañados en la vida. No estamos hechos para estar solos. La gloria de uno
solo siempre se queda corta si no está
dentro de algo más grande que pueda
sostenerle.
Alfonso Calavia Arespacochaga,
estudiante de Filología en la UCM
¡Qué pocos pueblos quedan! La gente se cruza y se choca pero no se alcanza. Igual que en los aeropuertos.
Todo tiende a ser como un gran aeropuerto: cruces de caminos, limpios
y sofisticados. Todavía, sin embargo,
los hombres arrastran polvo y sudor
consigo, signo del cansancio y de la
falta de sofisticación en la vida. No
todo es limpio. Los hombres cansados
se tienen que secar el sudor en baños
solitarios y malolientes, donde todo
el mundo se mira al espejo sin decir
nada, porque nadie habla ni nadie
espera que el resto hable. En el cruce
neutro y esterilizado se encuentran
parejas, coleguitas y enemigos, obligados o resignados a acompañarse o
a soportarse sólo para que la palabra
“soledad” no lo infecte todo… pero
ya lo carcome todo. Uno no tiene el
valor de decirlo, pero lo sabe cuando
se mira al espejo y se limpia, solo, el
sudor, sin esperar que nadie le hable,
deseando que nadie le hable.
El alboroto de algunos niños irrumpe
sin permiso. Los niños siempre serán
como la plaza del pueblo, donde lo
más elemental y espontáneo sale
a flote. Hay niños que se vuelven
sofisticados y se esconden detrás de las
tonterías que sus padres inadaptados
les han arrojado. Pero todos, incluso
los niños más sofisticados, parecen
añorar la plaza del pueblo recordando
que un día tuvieron lo que quisieron
y quisieron lo que tuvieron, casi sin
quererlo y casi sin tener nada. Todavía
hay niños así, cada vez más pequeños
que, sin gritar, gritan a todo el
mundo: “¡Vamos a la plaza! ¡Vamos
a la plaza!”. Y cuando oyen esto,
los hombres solitarios y sofisticados,
sudorosos e inadaptados se sienten
juzgados. Aunque sienten que su
tiempo se ha perdido, en silencio se
dicen: “Algún día volveré”.
Nacho de los Reyes,
doctorando de Filosofía en la UCM