SAMIZDAT | Crónica de una vida nueva Noviembre-Diciembre 2014 | Page 6
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SAMIZDAT NOVIEMBRE-diciembre 2014
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SAMIZDAT NOVIEMBRE-diciembre 2014
Universidad
Literatura
Ingeniería de vida
De la monotonía de la carrera al apasionante deseo de querer estudiar cada día más
La aventura de una
carrera universitaria, con todos
sus años de duración, puede
convertirse en un cansado e
indiferente día a día. Las ganas
con las que se empieza se van
apagando poco a
poco, y podemos
hasta dejar de ver
el sentido a lo que
estudiamos.
Puede
llegar a suceder que
nuestro día a día en la
universidad, nuestros
e studios,
nuestras
clases y contenidos,
se aparten totalmente
del resto de nuestra
vida, viéndonos en el
punto de simplemente
intentar “sobrevivir” a
la carrera.
“Tras tres años
muy duros de carrera
en Milán, estaba
cansado del estudio e inseguro
sobre si quería seguir en
Ingeniería de Caminos; decidí
entonces irme fuera a estudiar,
haciendo solicitud para cursar
el cuarto año en la Universidad
Politécnica de Madrid. Sucedió
algo inesperado: volví a
apasionarme por el estudio
de mi carrera, principalmente
viendo la pasión por el trabajo
de algunos profesores.
En
una
clase
de
rehabilitación de estructuras
históricas, el profesor Javier
puso en una de sus trasparencias:
“La actitud del técnico tiene que ser la
comprensión de la dimensión religiosa
del ser humano”. Me sorprendió:
a la gente de ciencias se le suele
enseñar que, en campos como
esos, los sentimientos no valen;
se necesita únicamente lo que
es demostrable y funcional.
Este pantallazo me empujó a
no conformarme con ser una
máquina de almacenamiento
de nociones y normas, un
ordenador
que
restituye
números y cálculos. Otro
día, en un seminario sobre la
construcción de rascacielos,
el profesor Hugo dijo: “Lo que
más me gusta de una construcción
es cuando, una vez acabado el
diseño y el proyecto, la ves en fase
de construcción: nace, surge, toma
vida; es una sensación de satisfacción
y paz indescriptible, porque me
hace pensar en Dios cuando creó el
mundo”. Hasta en un trabajo
técnico como este se puede
ir más allá de las fórmulas y
de las ecuaciones; se puede
hacer algo no solamente útil y
funcional, sino también bello y
asombroso.
Subvencionado
por
una beca, volví a Madrid para
desarrollar el trabajo de fin de
carrera con estos dos docentes.
Es fascinante sorprenderse
aprendiendo de la relación con
quien está más adelante en el
camino del conocimiento. Por
ejemplo, es increíble la sencillez
y la honestidad de Hugo, que,
aun siendo un experto de fama
mundial, siempre repite: "Con
lo poco que sabemos, todo lo
que hacemos es un milagro".
Está convencido de que lo
más importante es la realidad,
que siempre precede a los
esquemas del hombre y es muy
difícil de entender y prevenir;
los modelos humanos son
un intento insignificante de
reproducir la realidad, tratando
de simplificarla para poder
manejarla: por eso, toda teoría
que no esté comprobada por
resultados experimentales es
inútil, o peor aún, engañosa.
Con el otro profesor,
Javier, toda circunstancia se
vuelve un impulso: al cabo de
un mes me invitó a acompañarle
a Bilbao con algunos de sus
alumnos.
También
desde
atlá[email protected]
principio de curso me propuso
ayudarle a llevar una asignatura,
hasta impartiendo unas clases
prácticas. En un descanso surgió
un diálogo muy bonito, que
abarcaba de ciencia a historia,
de cultura a religión. ¿Acaso
el estereotipo de ingenieros
cuadriculados y cerrados en sus
esquemas e ideas no es del todo
verdad?
En este último
periodo hasta se me ha
planteado la hipótesis
de seguir trabajando
sobre el tema de
la tesis, llevando a
cabo un doctorado.
Seguir estudiando es
algo que solo hace
unos meses parecía
fuera de discusión;
sin
embargo,
empieza a ser posible
reconociendo que algo
bonito e inesperado
ha ocurrido. Hasta
en el mismo estudio
se pueden hacer
descubrimientos
interesantes, tanto a nivel
científico como a nivel humano,
a través de los problemas que
siguen saliendo a la luz.
Estos ejemplos enseñan
e impulsan a aprovechar toda
circunstancia, a no conformarse
con lo que hay y buscar
hasta el fondo, sin dar nada
por descontado o ya sabido;
incluso desde donde menos
te lo esperas puede surgir algo
interesante para ti: hasta en el
gris hormigón, en el cerrado
mundo de la ciencia, en el
racional campo de la ingeniería.
Andrea Dell´Orto
Todos somos Ivan
Denisovich
La libertad que derriba ideologías
Todos podemos ser
libres en las circunstancias por
duras que sean. Esa es la íntima
convicción, quizás inconsciente,
con la que el lector termina
las páginas de este libro que
cobra especial actualidad a los
25 años de la Caída del Muro.
Cayó el Muro de Berlín pero
hay muchos otros muros que
exigen una libertad última para
vivir la vida con dignidad.
Un día en la vida de
Iván
Denisovich,
escrito
por Alexandr Solzhenitsyn
(Tusquets Editores, 2008 ISBN
9788483831076) es un libro
de gran importancia histórica
porque cuenta por primera vez y
de primera mano, casi se puede
decir que autobiográficamente,
lo que sucedía en los campos
de concentración de la Unión
Soviética. Pudo publicarse bajo
el régimen soviético gracias al
aperturismo momentáneo del
deshielo. A partir del 64, con
la llegada de Breznhev, terminó
este período, y autor y obra
fueron perseguidos. Aún así el
libro continuó distribuyéndose
en
Samizdat*
(Editorial
clandestina que da nombre a
este periódico)
En el libro se narra la vida
de un campesino durante un día
en un campo de concentración
siberiano. A través de este
hombre sencillo que no
entiende la situación política
de su país y que lleva tantos
años fuera de casa que no
recuerda el rostro de su mujer,
nos adentramos en la dinámica
del Gulag, un lugar regido por
leyes escritas y no escritas que
millares de hombres aprenden a
conocer para intentar sobrevivir
de la mejor forma posible.
Iván (o Shújov) es un
humilde campesino de poca
cultura que desarma al lector
por su posición ante la vida.
Tanto para los primeros lectores
de la obra, los que aún vivían,
como para los que recorremos
sus páginas hoy, Shújov es una
promesa de esperanza. Incluso
en el abismo hay una vida digna
de ser vivida. La dignidad se
expresa en el afecto de Shújov
por la realidad concreta, en
gestos tan cotidianos como la
comida y el trabajo.
Las comidas son uno de
los momentos más importantes
del día. El ritual que acompaña
masticar un mendrugo de pan
o sorber un poco de sopa
son suficientes para hacer
desaparecer todas las penurias
vividas:
“Shújov se quita la
shapka y la coloca sobre sus
rodillas. (…) Empieza a comer.
Al principio solo absorbe el
líquido; be be, bebe. El calor se
extiende por todo su cuerpo;
las tripas reclaman esta sopa,
la esperan. ¡No está mal! De
momento, nada más le importa
a Shújov: ni la duración de
su condena, ni la duración
de la jornada, ni el domingo
escamoteado una vez más.”
Todos los días Shújov se
despierta con sus compañeros
de condena a las cinco de la
mañana para empezar su tarea.
Salen de su refugio mucho
antes de que haya amanecido.
atlá[email protected]
Trabajan durante todo el día
a veintiún grados bajo cero,
extenuados y hambrientos. Al
final de la jornada de trabajo
aún queda cemento sin usar.
Iván, arriesgándose a acabar en
el calabozo, decide terminar el
muro que está construyendo.
El muro que levanta no tiene
utilidad práctica, es parte de una
condena injusta. Iván, a pesar
de todo, decide continuarlo:
“Desde el momento en
que el propio jefe de brigada
ha dicho que no había que
preocuparse por el cemento,
cabría pensar que bastaría con
echarlo por la borda y largarse.
Pero Shújov, el muy idiota, es
como es, y no ha cambiado en
ocho años de campo de trabajo:
todo tiene un valor para él, y no
puede admitir que se pierda por
nada.”
Shújov trabaja para sí
mismo. No tiene prisa, con
urgencia las cosas se hacen mal.
Cuando ha terminado su obra
la contempla. Este es otro gesto
más de resistencia inconsciente
a un régimen para el que es
meramente el número 854.
Shújov representa un peligro
para el poder soviético del
momento, y para las ideologías
aún presentes en nuestros días,
porque abraza con sencillez la
realidad. Este abrazo es eficaz
contra las ideologías porque
es leal y justo. Sin dejarse
ningún factor Shújov hace un
juicio positivo de la realidad.
Esta certeza nadie se la puede
quitar porque se comprueba
en su cotidianidad. Por ello al
terminar el día está contento,
a pesar de la dureza de las
circunstancias:
“Shújov
se
duerme
satisfecho del todo (...). Ha
pasado un día, un día que nada
ha venido a oscurecer, un día
casi feliz. De estos días cuando
termine su condena, habrán
pasado tres mil seiscientos
cincuenta y tres.”
Ana de Haro