SAMIZDAT | Crónica de una vida nueva Noviembre-Diciembre 2010 | Page 8
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SAMIZDAT. NOVIEMBRE-DICIEMBRE 2010
AC T U A L I DA D
Una decisión radical
16 años. Tenía sólo 16 años.
Hacía un módulo de estética en el
Instituto Humanejos, de Parla; donde,
casualmente, mi madre es profesora.
Silvia era una alumna suya. Y digo
era, porque el pasado miércoles 10 de
noviembre su ex novio le quitó la vida.
Ella fue a verle porque le habían dicho
que estaba destrozado por su ruptura,
que tuvo lugar 20 días antes. Ahora,
él está en Perú y me pregunto si podrá
dormir tranquilo.
Cuando mi madre me lo contaba,
aún con cara de estupefacción, como si
no se acabara de creer lo sucedido, yo no
sabía qué contestar. Me quedé absolutamente callada.
Dos horas después, las preguntas
se agolpaban en mi cabeza: ¿Por qué?
¿Por qué la libertad del hombre puede
llegar a tanto? ¿Por qué no se respeta
algo tan sagrado como la vida de otro?
¿Qué le pasa a un chico de 21 años por la
cabeza cuando mata a una persona a la
que supuestamente ha querido y quiere
tanto? ¿Qué da esperanza a este mundo
tan desamparado?
¿Qué mundo es éste en el que vivimos? Este mundo en el que se reduce
todo a que las cosas sean como uno tiene
en la cabeza y así, “querer” empieza a
ser sinónimo de “poseer”; el otro tiene
que responder como tú quieres, y si no
sucede, desesperas hasta el punto de no
respetar ni siquiera su vida. Podemos mirar hacia otro lado, esperar que pase un
tiempo y olvidarnos. Pero el mal está. Yo
no puedo volver la cabeza. El mal existe
y convivimos con él hasta tal punto, que
parece que estamos anestesiados. “Es
el caso 61 de violencia machista” han
dicho en las noticias. ¡No! Me rebelo a
que archivemos el tema adjudicándole
un número. Yo tengo preguntas. Yo sufro
cuando alguien muere de esta manera.
Yo necesito entender. Yo necesito justicia. Necesito esperanza. En este momento parece que el mal tiene la última
palabra. Pienso en la madre de Silvia y
me pregunto: ¿Hay esperanza para ella?
¿Hay esperanza para las demás chicas
de su clase que viven también solas?
¿Hay esperanza para este chico que con
21 años se ha convertido en un criminal?
“Mujer, no llores”. ¿Con qué valor
le dices esto a una madre que tiene a su
hijo muerto en brazos? Hay que tener
muy clara una esperanza. Hay que estar
cierto de que el mal no tiene la última
palabra. Hay que saber que todas estas
preguntas tienen respuesta. Hay que conocer el significado último de la vida.
Sólo conozco a un hombre que dijo
esto. Y le mataron por ello. De hecho,
como dice Charles Péguy de la sociedad
moderna en la que vivimos: “Construimos un mundo después de Cristo, sin
Cristo”. Pero, amigos, pensemos un mo-
mento si nos interesa quitar del medio al
único que ha dado una esperanza. Ni la
tecnología, ni el progreso, ni la democracia o diplomacia actual, ni la televisión,
nos ofrecen una respuesta ante el mal
del mundo. Todos miran hacia otro lado.
Nadie encuentra palabras de consuelo.
Intentan acallar la necesidad humana de
dar un sentido a la vida. Y, mientras, intentan convencer al mundo que Cristo no
tiene nada que ofrecerles. Dejadme decir
que, en mi vida, en la de mi madre que
tiene que mirar a esas chicas a la cara
cada día, es urgente preguntarse estas
cosas y buscar una respuesta.
Y es radical, es definitivo, o vence
el mal o vence otra cosa. No hay término
medio. Pero también podemos vivir toda
la vida escapando a estas preguntas.
Yo soy afortunada, puedo decir sin
miedo que mi vida está salvada porque
yo sí conozco a aquel Hombre que se
atrevió a dar una esperanza al mundo.
María Borrero Carrón,
estudiante de Filología en la UCM