SAMIZDAT | Crónica de una vida nueva Mayo-Junio 2011 | Page 7
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SAMIZDAT. MAYO-JUNIO 2011
Juan José García Norro,
Profesor de Filosofía
en la Ucm
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A menudo se oye que hay una razón
pública caracterizada no tanto por
coincidir en las tesis sostenidas
sino en los procedimientos para
proponerlas y defenderalas. Frente a esta
razón pública, que busca el consenso en
el método antes que en los resultados,
persistiría aún una razón privada, como
es, entre otras, la fe religiosa, que
aglutinaría a un conjunto de personas
en torno a unas creencias difícilmente
compartibles por los extraños al grupo.
Solo los más extremosos partidarios
del laicismo, pretenden erradicar estas
razones privadas, los más se conforman
con domesticarlas, o sea, recluirlas
en la casa, en la esfera personal, sin
permitirles apenas manifestaciones
exteriores y públicas. Para ellos no
solo las capillas deben desaparecer del
campus universitario, sino también las
procesiones realizarse dentro de los
templos, las campanas perder sus badajos
y las iglesias ocultar sus fachadas. La fe
es una cuestión de gusto –más bien de
mal gusto– que deben mantenerse en el
secreto del claustro, de la familia, o de
la cofradía.
Esta concepción ignora que la
llamada razón pública, incluyendo
en ella la ciencia como su máxima
exaltación, contiene mucho de prejuicio,
de interés, de sesgo ideológico. E ignora
igualmente que las religiones, y en el
caso europeo el cristianismo, no solo han
configurado nuestro modo de ser, del que
surge la inmensa empresa científica y el
impulso de organizar racionalmente la
sociedad, sino también han edificado la
noción misma de universidad.
Desalojar la perspectiva religiosa
de la vida universitaria es falsear lo que
hemos sido, lo que todavía somos y está
por examinar racionalmente, por tanto,
dentro de la universidad, esto es, con
argumentos en vez de con eslóganes,
si no es también lo deberíamos seguir
siendo.
2
La libertad de pensamiento es
inseparable de la libertad de
expresión. Si no pudiéramos
proponer a otros lo que pensamos, si
no escucháramos sus propuestas y sus
críticas a las nuestras, el pensamiento
de cada uno de nosotros quedaría
agostado nada más brotar. La libertad
de expresión ha de encaminarse a dar
a conocer a otros nuestras propuestas,
a someterlas humildemente, pero con
firmeza, a sus críticas, a dejar que
el diálogo las refuerce o reforme, en
suma, a mejorar nuestras concepciones.
Es muy difícil que esto ocurra cuando
nuestras expresiones, en lugar de buscar
comprensión,
pretenden
molestar,
zaherir, ridiculizar al otro.
Es
especialmente
chocante
que, en una facultad de sociología
y antropología, donde parece que lo
primero que se aprende es a abandonar
el etnocentrismo, a mirar todas las
variedades de vida humana con interés y
respeto, se irrumpa en un templo durante
una ceremonia religiosa dando voces. La
historia del cristianismo tiene sus luces
y sombras, como historia parcialmente
humana que es. ¡Qué lastima que muchos
laicistas se empeñen en imitar solo sus
sombras!
3
No es tan evidente que la
democracia
implique
por
nece