SAMIZDAT | Crónica de una vida nueva Mayo-Junio 2011 | Page 4
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SAMIZDAT. MAYO-JUNIO 2011
Rafael Palomino,
Catedrático de Derecho
Eclesiástico del Estado
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Tal como acertadamente indica
mi prestigioso colega el Profesor
Juan Carlos Monedero, la
Universidad es el lugar donde la razón
ha de ser la pauta. La pregunta entonces
cae por su peso: ¿De qué razón estamos
hablando? Me imagino que el Profesor
Monedero se refiere a la razón entendida
en la tradición de la modernidad
europea, una racionalidad que en su
devenir ha resultado ser la racionalidad
instrumental. O quizá se refiera a la
racionalidad derivada del marxismo, en
cuyo caso estamos ante una racionalidad
que, al margen de su obsolescencia
práctica, legitima éticamente los
resultados de la acción atendiendo a su
función en el marco de una revolución
cuyos parámetros vienen definidos por
arte de la magia dialéctica… Una razón
que establece como punto de partida en
aquella exigencia o delimitación sentada
emblemáticamente por el “etsi Deus non
daretur” de Grocio, para llegar el “Deus
non datur” que nos obligaría a proscribir
la presencia de una capilla dentro del
perímetro físico o del “horizonte mental”
de una Universidad. En efecto, ¿qué
pinta una capilla en la Universidad? Es
como mezclar la velocidad y el tocino.
El reino de la Inquisición, del Índice de
libros prohibidos, de las Cruzadas, de la
alianza entre Franco y el Altar no tiene
cabida en el Reino de la Libertad. Al
margen de si resulta legítimo condenar
una idea por sus resultados prácticos (lo
cual nos conduce irremediablemente a
condenar toda la historia de la humanidad
y todas las ideologías), el problema
entonces es que una razón así no cumple
precisamente una condición básica que
le es exigible en la Universidad, que es
su carácter laico, neutral, independiente
de las ideologías. Si, por el contrario,
admitimos por un momento que la razón
en la Universidad es algo más amplio,
entonces tal vez quepa una razón total
(no sólo instrumental), una razón
plural (no sólo la dictada por el oráculo
carismático del líder de la revolución),
una razón abierta a la verdad que puede
compartirse desde posturas diversas.
En definitiva: una razón que se abre a
los interrogantes y que incluso no teme
entrar en un marco nuevo de diálogo
que tiene como premisa un “etsi Deus
daretur”, como recientemente proponía
Benedicto XVI.
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Mi premisa para abordar el
tema es la siguiente: hay una
falsa dicotomía, particularmente
extendida en los países latinos, que
sostiene la hipotética existencia de un
enfrentamiento intelectual entre dos
bandos enfrentados: los creyentes contra
los no creyentes. Lo cual me parece,
por lo menos, matizable. Pienso que
todo ser humano es creyente. Unos son
creyentes religiosos, otros no lo son.
Pero nuestros sistemas de creencias
están ahí, debatimos sobre ellas, y se
canalizan desde el punto de vista de
la sociedad política por medio de la
libertad de expresión. La libertad de
expresión es fundamental, capital para
el funcionamiento de una sociedad
libre. Personalmente, después de
bastantes conversaciones con algunos
amigos expertos en libertades públicas
de Europa y América he llegado
a la conclusión de que es preciso
entender que la libertad de expresión
no es un ente abstracto, una palabra
hueca y arrojadiza contra nuestros
adversarios políticos o ideológicos,
sino que jurídicamente es una realidad
encarnada, situada, ubicada. Tiempo,
lugar y forma configuran la existencia
real y la legitimidad del discurso libre.
Parafraseando a un legendario jurista
americano, Oliver Weldell Holmes,
explico a veces que no es lo mismo gritar
“¡fuego!” en un cine abarrotado de
gente, que gritar “¡fuego!” en medio del
desierto, a solas. En tal sentido, el acto
feminista para sus protagonistas fue un
acto profético de subversión del o rden
injusto establecido, pero si lo sitúo en
los parámetros reales de tiempo, lugar y
espacio, es por lo menos legítimo poner
en tela de juicio esa conclusión. Vuelvo
sobre el magistrado Holmes: no es lo
mismo hacer una pintada en la que se lee
“Arderéis como en el 36” en la puerta
de una capilla católica en España, que
escribir eso mismo en una pared de la
Plaza de Tian’anmen.
Y sobre la cuestión concreta por la que
me preguntas: creo que el gran problema
que tenemos en nuestra mentalidad
europea postmoderna y “post-todo” es
que hemos conseguido reducir la religión
a una “cosa”. En la medida en que
hemos podido cosificarla, en esa misma
medida parece que podemos estudiarla,
traerla y llevarla como una realidad
empírica más, y podemos también
someterla al microscopio de esa razón
instrumental a la que antes hacíamos
referencia. Puede estar en la Universidad
porque puede ser estudiable en igualdad
de condiciones a otras realidades que
puedo cosificar: la pobreza, la injusticia,
el paro, el hambre, la alegría, la
sexualidad o el comercio justo. Ahora
bien: esas realidades “cosificadas”
no agotan la realidad, principalmente
porque existen “encarnadas” en seres
humanos. Y entonces todas ellas son
objeto de la libertad de expresión,
en toda su amplitud, también en una
Universidad libre. ¿No sería reductivo
excluir una concreta realidad encarnada
de la posibilidad de su expresión en la
Universidad, sencillamente porque es
“creencia religiosa”?
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El problema, sinceramente, pienso
que no es estructural. No es una
cuestión de que mi Democracia
sea más madura o mi Universidad sea
más abierta o plural. Basta con ver
cómo se desarrollan aquí en España los
debates sobre política o sobre religión
en los foros de Internet… En general,
en este punto desconfío un poco de las
generalizaciones (incluso a pesar de
lo que digo en general de los debates
en Internet). Prefiero pensar en las
personas de carne y de hueso. Y respecto
de ellas el verdadero diálogo se construye
sobre la voluntad de dialogar y sobre el
respeto. Se trata de cualidades que no se
improvisan, que exigen entrenamiento,
aprendizaje, constancia, equilibrio,
serenidad, deportividad, autodominio.
Espero que Samizdat pueda contribuir
mucho en este sentido.