SAMIZDAT | Crónica de una vida nueva Mayo-Junio 2010 | Page 4
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SAMIZDAT. MAYO-JUNIO 2010
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SAMIZDAT. MAYO-JUNIO 2010
AC T U A L I DA D
C U LT U R A
Me interesa la verdad
Hemos asistido últimamente a otro
gran debate social a causa de la hiyab o
velo islámico.
De nuevo, la primera tarea del ciudadano de a pie, imbuido en un torbellino
de información y opiniones contradictorias provenientes de los diferentes medios de comunicación y ámbitos sociales
en los que se encuentra, es la búsqueda
de la verdad.
¿A quién no le gusta una buena cerveza fría?
castidad y la honra de la mujer, símbolo de su fidelidad a Dios y a su marido.
Esto no quita que la interpretación que
se haya podido hacer posteriormente sea
o no la adecuada.
¿Nos interesa crear polémica o entender lo que sucede a nuestro alrededor? ¿Buscar la verdad o los argumentos
que respalden la postura que queremos
defender?
A mí, personalmente, me interesa buscar la verdad. Por ello, he leído
los periódicos, lo he comentado con mis
amigos, he preguntado y, al final, me he
decidido a escribir.
Con la llegada del Islam la cosa
se complica. Si bien es cierto que en el
Corán se menciona un par de veces la hiyab, se hace siempre con referencia a la
Querría escribir un artículo memorable que impactara a todos mis compañeros sobre la II República y sobre
nuestra guerra civil; sobre la represión,
sobre la muerte de Franco, sobre la transición…; un artículo de esos que hiciese coger con más fuerza el periódico y
hacer gritar al lector: ‘¡Es esto, por fin
alguien lo dice!’; empezar a escribir y en
media hora terminar un artículo digno
de algo parecido al Mariano de Cavia
universitario (si es que existe).
Y, en referencia al último caso, si
fuera símbolo de sumisión, ¿solucionaríamos algo con que se quitara el velo
en la clase? ¿No es acaso más humano
entrar en relación con ella y descubrir
las circunstancias en las que vive, que
reducirla a llevar o no el velo?
Sería inútil que intentase convencer
a alguien formado de que la II República
española no fue el sueño idílico de democracia, justicia y libertad que muchos
añoran; que la democracia se pisoteó y
se envileció hasta corromperse, que la
justicia no pasó de emocionantes discursos en intelectuales apasionados y que la
libertad, en manos de ansiosos, se convirtió en la mayor de las desgracias. ¿Y
es que acaso no se puede rescatar nada
de la España de entonces? Sería un maniqueo si no valorase la sincera voluntad
de crear una España mejor que guió a lo
mejor de los republicanos…
Seamos leales con las cosas. Y
cuando hablo de lealtad hablo de seriedad. Uno no puede juzgar desde fuera,
sin mojarse. La realidad se conoce en la
medida en que tú te implicas con las cosas. La cuestión última no es si la chica
que se sienta a mi lado lleva velo o no,
sino quién es, qué vive, qué desea, en qué
pone su esperanza…
En primer lugar, basta echar la vista atrás para descubrir múltiples casos
en las diferentes culturas y tradiciones
que enriquecen nuestra historia, en los
que se incluyen prendas que cubren la
cabeza: desde las togas o túnicas de la
Antigüedad clásica, a los sombreros o
tocados del siglo XIX.
Igualmente, la tradición del velo
está presente ya en la Arabia preislámica, y servía para diferenciar las mujeres
casadas de las esclavas o las prostitutas.
sumisión? Creo que no estamos siendo
leales. Si una niña enferma de cáncer
lleva un pañuelo en la cabeza, ¿le pediríamos que se lo quitara? Entonces
quizá no es tan férrea esa norma de no
llevar cubierta la cabeza en clase. Si un
niño africano viene a clase con una túnica tradicional de su país, ¿le pediríamos
que no exhibiera en público algo que es
signo de su tradición y su cultura? Quizá
la libre expresión tenga algo que decir a
este respecto.
Actualmente, que una niña lleve
a clase un velo es ocasión de polémica
pero yo me pregunto: ¿Qué es lo que
no se acepta? ¿Una expresión pública
de fe? ¿Ir con la cabeza cubierta en un
espacio cerrado? ¿Que la mujer lleve un
símbolo que puede interpretarse como
Ésta es la verdad que estamos llamados a buscar en el mar de confusión
en el que vivimos, donde lo más importante se deja en segundo plano.
Ésta es la verdad que a mí me interesa descubrir.
María Borrero Carrón,
estudiante de Filología Hispánica en la UCM
Sería inútil que intentase dar más
razones que otro sobre por qué la guerra, nuestra guerra civil, aunque tenga
su origen militar en el ejército de África, nace de un odio anterior enquistado
en pequeños grupos fanatizados que extienden su odio a la masa; los paseíllos,
las tapias del cementerio, los ajustes de
cuentas… españoles contra españoles.
En el hall de la facultad de Geografía e Historia pudo leerse durante
mucho tiempo ‘Vencisteis pero no convencisteis… siempre contra el fascismo’,
frase que se atribuye a Unamuno (lo de
‘Vencisteis pero no convencisteis’ claro;
eso del fascismo es un añadido que se
ha convertido ya en un latiguillo que da
risa), y que supuestamente pronunció en
frente de Millán Astray el 12 de octubre
(día de la raza por entonces) del 36; cerca de abril fue sustituido por una bandera gigante de la república con el lema
‘Memoria histórica. Por la tercera’, o
algo así. Dijo Unamuno pocos días antes
de morir que ‘España está espantada de
sí misma’, de ahí la guerra incivil. Y es
cierto esto del espanto, que bien podría
sustituirse por terror: España aterrorizada.
Cuando unos universitarios veinteañeros se dedican a ensalzar un periodo
de la historia, cuando hablan de ‘Memoria Histórica’ (que alguien explique qué
es esto, porque en realidad ha consistido
en simplificar y maniqueizar la guerra,
cuando la mayoría de los altos representantes del gobierno proceden de familias
identificadas con el régimen de Franco,
si es que no han participado ellos directamente de él) y piden algo parecido a
la justicia, ¿qué es lo que de verdad buscan?
Es verdad que muchos, en el fondo,
desean un imposible, que es ganar una
guerra perdida: de ahí la inacabable
frustración de no poder estar nunca tranquilo con la historia; pero no la tranquilidad del indolente, la del resignado, sino
la del justo que sabe perdonar. Lo decía
muy bien Fernando Savater en El País
(22-04-10) hace unos días, cogiendo un
fragmento de una conversación con Bergamín: ‘Desengáñate, la única solución
es otra guerra civil y que esta vez la ganen los buenos’. Todo esto proviene de un
exceso de ideología. El comer es necesario, pero el empacho puede ser mortal;
cualquier exceso lleva al desorden. Las
ideologías son necesarias en tanto que
expresión sincera de un ansia de mejora de la sociedad. Tomadas en demasía
pueden acabar ocupando un espacio que
no les corresponde, algo muy propio de
nuestra época de inhibición religiosa;
como decía María Zambrano, se produce entonces la vaguedad: ‘La vaguedad
proviene de algo que ocupa un espacio
que no le pertenece; en su sitio, nada hay
que resulte vago (…) Cualquier objeto
puede obtener esa deformación, puesto
que se trata de que se convierte en algo
que no le corresponde al penetrar en ese
espacio vacante’.
Y no me olvido de que he empezado
escribiendo sobre la inutilidad de convencer a otro sobre mis puntos de vista
respecto al pasado. La historia, al fin y
al cabo, corre siempre el peligro de ser
la ‘idealización del pasado por el ideal
del presente’. Y en nuestro presente,
al tiempo que se idealizan los agitados
años de la República (de esperanza y
frustración) se desprestigia el abrazo del
setenta y ocho. A veces, uno no sabe si
cuando le enseñaron que la transición
fue un proceso de perdón en realidad trataban de narcotizarle con una idea feliz
que anulase cierto revanchismo latente.
Que Manuel Fraga, ministro de Franco,
presentó en una conferencia en el club
Siglo XXI a Santiago Carrillo es un hecho, no una fantasía; aunque también es
cierto que la última vez que se vieron en
59 segundos no acabó la conversación
como para ir los dos de viaje a La Manga con el Imserso…
¿Y toda esta parrafada para qué?
Ya casi ni me acuerdo del principio del
artículo… Supongo que lo me habría
gustado escribir, con ejemplos bien
traídos y metáforas impactantes, es que
mejor mirar a la transición que a una
guerra cada vez más lejana en el tiempo;
el peligro de esto es que a uno le acaben
llamando facha; y más que peligro causa
cierta inquietud e inconformidad, porque
no me resigno a que a nadie se le encasille en un adjetivo de dos sílabas. ¿A quién
no le gusta una buena cerveza fría?
Miguel Jorquera Garcilópez,
estudiante de Historia en la UCM