SAMIZDAT | Crónica de una vida nueva Junio-2016 | Page 8
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samizdat junio
2016
Ir cada dos viernes a la caritativa, a pasar un rato con los “sin techo” de la Plaza Mayor, es algo
que me alucina, algo que me desborda, que no está en mis manos y a la vez es más mío que
de nadie. Me acuerdo la primera caritativa que fui y pensé “esto es para mí”. ¡Cómo es aquella
sensación, que tu corazón palpita con fuerza, desbordante de felicidad, que corresponde…!
L
viernes
a primera vez que fui
éramos unos 20 universitarios, tal vez más, muchos de ellos amigos, dando
de cenar a los mendigos. Era
una cena caliente preparada
por algunos de los universitarios, y se les servía en
platos con sus cubiertos y
servilletas… veía a cada uno
y miraba sus caras, felices,
hablando con aquellos desconocidos –para mí lo eran,
con el tiempo vas conociéndoles– con una familiaridad
que yo envidiaba. No había
barreras: de repente ya no
eran universitarios y los de
la calle un grupo social diferente, separados por su
nivel cultural o económico. No, eran amigos, hablando de tú a tú, con bromas, conversaciones serias y
gestos cariñosos. Miraba con perspectiva y veía una
unión que me fascinaba.
Después se pusieron todos en círculo a cantar, con
guitarras, caja y maracas. Algunos salían a bailar,
otros se quedaban en su sitio cantando y otros simplemente dando palmas, pero todos juntos, y todos
experimentando la misma belleza que eran aquellos
cantos. Cuando terminó todo aquello, un amigo dijo
dirigiéndose a todos los presentes –mendigos, universitarios y personas que pasaban por ahí y se habían
unido al oírnos cantar–:
«Somos un grupo de jóvenes que venimos cada dos
viernes para pasar un tiempo con las personas que
viven en la calle. Lo hacemos
porque vivimos agradecidos
con lo que nos hemos encontrado, y nos hemos encontrado con una persona: Cristo».
Recuerdo que salí de ahí
feliz y no podía dejar de sonreír de camino a casa. ¿Qué
ha pasado? ¿Por qué vuelvo
tan contenta? No lo tenía
claro, pero lo que sí sabía era
que esto no lo podía disfrutar yo sola… ¡El resto de mis
amigos lo tenía que conocer,
poder experimentar lo mismo que yo! Necesitaba compartirlo y que ellos también
vieran aquello. Así de sencillo. De modo que el lunes siguiente empecé a contarles lo que había visto aquella noche de viernes:
la alegría de esa gente, el agradecimiento de ambas
partes, la familiaridad que se vivía, la belleza de los
cantos… Pero había un punto que no sabía explicar,
algo que se me escapaba y por eso les decía “tienes
que venir y verlo tú”, hay algo que ni con palabras
se puede entender, algo que requiere vivirlo. Así, el
viernes siguiente vinieron cuatro amigas, y sólo hacía falta verles la cara para ver que allí pasaba algo
fuera de lo normal.
Este gesto de acompañar a los necesitados, la caritativa, a mí me cambia. Cambia mi forma de vivir,
de entregarme a los demás. Aprendo a escuchar, a
mirar al otro y a ver que no somos tan diferentes,
que tiene el mismo deseo de felicidad que yo. La
caritativa me propone vivir la gratuidad y veo que
me corresponde, que quiero vivir así siempre y en
todo momento. Me ayuda a ser más yo, a ver más
claro mi deseo y seguirlo.
Poder compartir esta experiencia con mis amigos
me ayuda un montón, porque me planteo mil preguntas. Hay algunos viernes que me cuesta más,
otros que voy a mi bola… pero vivir esto con una
compañía me ayuda a ver lo que sucede, a ver más
allá. Compartir con ellos la misma experiencia y
que me cuenten cómo lo viven ellos me abre a la
vida y a todos sus retos.
en la Plaza Mayor
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Nuria Corpas, estudiante de Historia del Arte (UCM)