internacionales entre las que se puede resaltar
‘Brujería’. En el 2013 fueron seleccionadas nueve
bandas de seiscientas cincuenta propuestas que
llegaron de todo el país. Muchas de las que tocan en
Del Putas Fest se presentan por primera vez ante
un público tan numeroso y con tales condiciones
técnicas. Para bandas nuevas, terminar con un audio
de su presentación, un video y unas fotos es un
impulso decisivo.
Al Carlos Vieco, por especificaciones, le caben tres
mil personas y con Del Putas Fest ha estado más que
lleno. Pero el número de asistentes no es el indicador
definitivo, se trata más bien del proceso para avanzar
hacia una ciudad donde uno pueda encontrar su
concierto cada mes y que las agrupaciones musicales
puedan encontrar varios caminos, varios nichos en un
pluriverso de la música en la ciudad.
Festivales como estos abren caminos paralelos,
bifurcan las rutas, dan respuesta a las complejidades
de la escena de la que teníamos noticia, a la par que
descubren la diversidad musical de la que no sabíamos.
No se puede hablar de Del Putas Fest sin referirse
a Román González para entender así la ilusión y el
empecinamiento que recoge. La relación entre el que se
presenta como el organizador del festival y los que se
refieren al Del Putas como “el festival de Román” ya es
completamente indivisible.
Él es muy reconocido como locutor de radio -por una
generación- y como participante de un reality show
con mucho rating -por otra. Pero detrás de esos oficios
y hasta juegos para conseguir redes y reconocimiento
para sus proyectos culturales, está la música.
Lo primero con esta fue a los cuatro años cuando se
despertó y vio a sus hermanos viendo Musiexitos Del
Mundo. En el programa dirigido por Armando Plata
escuchó a ‘Gary Numan’, ‘Pink Floyd’ y Led Zeppelin.
Ese sonido del Rock sería su favorito y también un
pasaje a toda la música. Muy pronto descubriría a
‘Kraken’ y con ellos la conciencia de que esto también
pasaba en Medellín -se podía crear y grabar acá. Como
la curiosidad nunca se iba a limitar a una sola música,
después de contactar la escena del Metal llegó a un
sótano de Castilla a los trece años donde se hacía una
fiesta de Punk.
No contento con andar entre el Punk y el Metal -que
ya era difícil por esa época- la película Beat Street le
generó la inquietud por la escena del Hip-Hop, y llegó
poco después al encuentro que se daba en las afueras
de la Biblioteca Piloto a que le enseñaran a bailar
breakdance -sin mucho éxito aparente.
Para poder tener su banda se metió a la tuna del colegio
donde le enseñaron a cantar y a tocar guitarra, y desde
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ahí siguió estudiando de forma autodidacta para formar
agrupaciones como ‘Flema’ y ‘Sargatanás’. Quedaron
cuatro canciones que grabaron con una grabadora de
periodista y que escucharon músicos -algo mayores que
Román- de una banda llamada ‘Skull Crusher’.
Román terminaría de bajista y cantante de esta
agrupación, una banda que empezó a coincidir con
‘Ekhymosis’, primero en la informalidad del disfrute
de la música y luego en sus presentaciones como
teloneros. Román tocó con su banda, compartiendo
escenario con ‘Ekhymosis’ en el Carlos Vieco -en 1992.
La banda, que interpretaba -a diferencia de
‘Ekhymosis’- todas las canciones en inglés, se acabó
hace bastantes años. Sin embargo, muchos después
Román se volvió a reunir con varios de sus integrantes
para grabar por primera vez.
Por el 2014, Román no se limita a organizador y
promotor, otras apuestas musicales y teatrales
hablan de un nuevo compromiso con el humor. Este
tiene antecedentes claros en la radio hecha por
Román, pero además es una clave para el código del
protagonismo actual de músicos: poder reírse de uno
mismo y desde ahí acercar la figura del artista, ya
en una época en la que la gente no está dispuesta a
observarlo trepado en una cúspide.
Con el humor, la crítica social y cotidiana, y la
comprensión de los altibajos en los proyectos culturales
que no terminan por alinearse. Humor, entonces,
en la creación y como bálsamo para un oficio en el
arte -tan distinto al arte- como es el de conseguir los
patrocinadores, financiadores y lidiar con proveedores.
A lo largo de la historia de Román, una historia de un
delirio por la música, de tanto amor, tanta locura y
tantos desafíos. Con los problemas personales -como
sobrevivir a un cáncer de riñón- y profesionales -como
lo voluble de trabajar con la espontaneidad de las
bandas, el capricho del público y la inestabilidad de los
apoyos estatales- uno va entendiendo el código desde
donde emerge Del Putas Fest y de su supervivencia.
Para dedicar una vida a la creación y vivir los días
expuestos a las creaciones de los otros -que nos
empapan- no hay que tener una gran explicación, el
arte es el fin y no hay que pedirle ninguna justificación.
Se marca también la alternativa de que una canción no
tiene la misión de concientizar y el arte no tiene por
que estar al servicio de algo más, de algo mayor que él
mismo. En el nombre Del Putas Fest se recoge lo simple
y potente de una pulsión.