Ruido.pdf Oct. 2014 | Page 82

Todavía sin ser bautizado por la escena musical como Vito, Ricardo era un adolescente observador que miraba los agradecimientos en los discos -buscando redes y relaciones aún distantes- y que ya pronto empezaría a usar el correo postal para pedir cosas a otros países. No era un asunto de dinero, sino de disciplina; discos y textos que se demoraban mucho en llegar pero que no necesariamente eran costosos. El rash era una facción mundial de la cultura skinhead con influencias comunistas y anarquistas, un sector subterráneo y con muy pocas pretensiones comerciales. Era algo así como una respuesta a las poses de rock star -en las que parecían “perdidos” populares referentes internacionales del Punk- y la posibilidad de renovar votos para no hacer concesiones, para no diluirse en agradar o encajar. Luego con ‘Humano X’, la participación de Vito en el Punk ya era también crear música y con ello nuevos encuentros. Recuerda que les prestaban los salones de los colegios para los toques de los nuevos grupos. Con ‘Humano X’ conocería los estudios de grabación de Medellín a principios de los 90. Era intentar grabar en espacios muy colonizados por la música Tropical y la Guasca, donde las eléctricas guitarras sonaban como una mosca. El gusto por el Hip-Hop llevó a Vito a la formación de ‘Bellavista Social Club’ -en el receso de ‘Niquitown’- y a mantenerla luego en paralelo. Una agrupación que, por un lado, es un ejemplo de integración de músicos que vienen de distintas escenas y que tiene un valor gigantesco en memoria de la ciudad en sus canciones. Está integrada por Alejo Vélez -más cercano a la Electrónica- y Medina –histórico ya en el Hip- Hop. BSC ya nos ha dejado letras que son lecturas históricas muy valiosas de Medellín -como C13 2002. Había que tener algo valioso para intercambiar y luego trabajar con la confianza. Entonces hubo vinilos que daban la vuelta a la ciudad por sus laderas y atravesaban el río para llegar de casa a casa, esquinas de encuentro y moverse por unas redes cara a cara que se tejían sin intermediarios. Conforme se experimentaba con la música y se aprendía a hacer canciones, el Punk ya le iba dando forma a los ardores y sus integrantes empezaban a comprender el anarquismo y -con su misma historia y sin tener que beber mucho de conceptos extranjeros ni imitar otra escena- a desarrollar una oposición o divergencia a una sociedad burguesa, acusando en especial a agrupaciones y a músicos de “caspearse” en la radio o de aburguesarse o, simplemente, de ser unos burgueses, porque no se podía entender la vida Punk en medio de las comodidades y la abundancia. El momento crucial para esto se referencia en un gran concierto en la Plaza de Toros en el 85 que terminó por nombrarse la Batalla de las Bandas. Desde ese momento hubo una separación de la escena underground, de los músicos que parecían promulgar estilos de vida más establecidos y hacían concesiones al mercado, actitudes con las que no estaban de acuerdo. En esos tiempos -en especial- la música pedía una vida consagrada a su ideario, a lo que sentían y querían que representara. Muchos punkeros obreros, con trabajos manuales y artesanales, podían resignificar su vida con esto, y otros -inclusive- y gracias a un tipo de bohemia que ofrecía el Punk, terminaron rozando la mendicidad. Desde otra faceta de Vito -que luego lo convertiría en magíster en hermenéutica literaria, profesor y traductor- construyó una mirada sobre músicas que llegaban a su escena, como el Oi!. ‘Niquitown’ hizo parte de un sector de la escena punkera que se empezó a volver muy cercano a la estética y relato skinhead -de izquierda y antirracista- y con el movimiento rash de Bogotá. 82 “El Punk está en todas partes” -piensa Vito- y desde entonces hay una vida silenciosamente punkera, una forma de trasegar. Sin embargo, el otro encuentro era el de la música: del Punk al Ska, del Ska al Reggae y del Reggae -aunque en paralelo- al Hip-Hop. ‘Bellavista Social Club’ no alejaría a Vito del código punkero, más bien nos mostraría la realización y cumplimiento de canciones que informan sobre posturas y puntos de vista que se mantenían ocultos en la desinformación, y atestiguan que él -desde cualquier banda- seguiría negando una idea de éxito y perseguiría una manera de que la ciudad llegue a su proyecto musical -más allá de una forma de andar la ciudad. En el 2014, Vito -que había tenido presentaciones en España y Latinoamérica- viaja por primera vez a EE.UU. y se reencuentra con José, uno de los integrantes de la extinta ‘Humano X’, quien le muestra cómo grupos muy importantes para ellos cuando viajan a Miami apenas tocan para públicos de 200 o 300 personas. Constatar que buena parte de la música sucede en esos pequeños nichos y que muchos artistas van construyendo su público de a pequeños montículos, da un lugar a esa filosofía de una música a la que no hay que pedirle explicaciones ni basarla en razones “prácticas”. Los que persistieron acá no tienen ya que anunciar nada ni decir lo que expresan andando; nacieron sin una pose y -tercos y difíciles- no la fueron cogiendo en el camino. El Punk en Medellín fue “una traducción cultural sin diccionario”, “una traducción salvaje”, dice Vito. Ese código fue llevado a la música entera y las convicciones que sobrevivieron tienen carácter ya de inmortales. Vito nunca renunció.