Todavía sin ser bautizado por la escena musical como
Vito, Ricardo era un adolescente observador que miraba
los agradecimientos en los discos -buscando redes y
relaciones aún distantes- y que ya pronto empezaría
a usar el correo postal para pedir cosas a otros países.
No era un asunto de dinero, sino de disciplina; discos y
textos que se demoraban mucho en llegar pero que no
necesariamente eran costosos.
El rash era una facción mundial de la cultura
skinhead con influencias comunistas y anarquistas,
un sector subterráneo y con muy pocas pretensiones
comerciales. Era algo así como una respuesta a las
poses de rock star -en las que parecían “perdidos”
populares referentes internacionales del Punk- y
la posibilidad de renovar votos para no hacer
concesiones, para no diluirse en agradar o encajar.
Luego con ‘Humano X’, la participación de Vito en el
Punk ya era también crear música y con ello nuevos
encuentros. Recuerda que les prestaban los salones
de los colegios para los toques de los nuevos grupos.
Con ‘Humano X’ conocería los estudios de grabación
de Medellín a principios de los 90. Era intentar grabar
en espacios muy colonizados por la música Tropical
y la Guasca, donde las eléctricas guitarras sonaban
como una mosca.
El gusto por el Hip-Hop llevó a Vito a la formación de
‘Bellavista Social Club’ -en el receso de ‘Niquitown’- y
a mantenerla luego en paralelo. Una agrupación que,
por un lado, es un ejemplo de integración de músicos
que vienen de distintas escenas y que tiene un valor
gigantesco en memoria de la ciudad en sus canciones.
Está integrada por Alejo Vélez -más cercano a la
Electrónica- y Medina –histórico ya en el Hip- Hop. BSC
ya nos ha dejado letras que son lecturas históricas muy
valiosas de Medellín -como C13 2002.
Había que tener algo valioso para intercambiar y
luego trabajar con la confianza. Entonces hubo vinilos
que daban la vuelta a la ciudad por sus laderas y
atravesaban el río para llegar de casa a casa, esquinas de
encuentro y moverse por unas redes cara a cara que se
tejían sin intermediarios.
Conforme se experimentaba con la música y se aprendía
a hacer canciones, el Punk ya le iba dando forma a los
ardores y sus integrantes empezaban a comprender
el anarquismo y -con su misma historia y sin tener
que beber mucho de conceptos extranjeros ni imitar
otra escena- a desarrollar una oposición o divergencia
a una sociedad burguesa, acusando en especial a
agrupaciones y a músicos de “caspearse” en la radio o
de aburguesarse o, simplemente, de ser unos burgueses,
porque no se podía entender la vida Punk en medio de
las comodidades y la abundancia.
El momento crucial para esto se referencia en un gran
concierto en la Plaza de Toros en el 85 que terminó por
nombrarse la Batalla de las Bandas. Desde ese momento
hubo una separación de la escena underground, de los
músicos que parecían promulgar estilos de vida más
establecidos y hacían concesiones al mercado, actitudes
con las que no estaban de acuerdo. En esos tiempos
-en especial- la música pedía una vida consagrada a su
ideario, a lo que sentían y querían que representara.
Muchos punkeros obreros, con trabajos manuales y
artesanales, podían resignificar su vida con esto, y otros
-inclusive- y gracias a un tipo de bohemia que ofrecía el
Punk, terminaron rozando la mendicidad.
Desde otra faceta de Vito -que luego lo convertiría
en magíster en hermenéutica literaria, profesor y
traductor- construyó una mirada sobre músicas
que llegaban a su escena, como el Oi!. ‘Niquitown’
hizo parte de un sector de la escena punkera que
se empezó a volver muy cercano a la estética y
relato skinhead -de izquierda y antirracista- y con el
movimiento rash de Bogotá.
82
“El Punk está en todas partes” -piensa Vito- y desde
entonces hay una vida silenciosamente punkera, una
forma de trasegar. Sin embargo, el otro encuentro era
el de la música: del Punk al Ska, del Ska al Reggae y del
Reggae -aunque en paralelo- al Hip-Hop.
‘Bellavista Social Club’ no alejaría a Vito del código
punkero, más bien nos mostraría la realización y
cumplimiento de canciones que informan sobre
posturas y puntos de vista que se mantenían ocultos en
la desinformación, y atestiguan que él -desde cualquier
banda- seguiría negando una idea de éxito y perseguiría
una manera de que la ciudad llegue a su proyecto
musical -más allá de una forma de andar la ciudad.
En el 2014, Vito -que había tenido presentaciones en
España y Latinoamérica- viaja por primera vez a EE.UU.
y se reencuentra con José, uno de los integrantes de la
extinta ‘Humano X’, quien le muestra cómo grupos muy
importantes para ellos cuando viajan a Miami apenas
tocan para públicos de 200 o 300 personas.
Constatar que buena parte de la música sucede en
esos pequeños nichos y que muchos artistas van
construyendo su público de a pequeños montículos,
da un lugar a esa filosofía de una música a la que no
hay que pedirle explicaciones ni basarla en razones
“prácticas”. Los que persistieron acá no tienen ya
que anunciar nada ni decir lo que expresan andando;
nacieron sin una pose y -tercos y difíciles- no la fueron
cogiendo en el camino.
El Punk en Medellín fue “una traducción cultural sin
diccionario”, “una traducción salvaje”, dice Vito. Ese
código fue llevado a la música entera y las convicciones
que sobrevivieron tienen carácter ya de inmortales.
Vito nunca renunció.