de la madre”, “es lo que representa la sangre para mi
cuerpo”. –dicen los músicos de Afrosound.
La música es “una manera de vincularse con la gente a
través de la soledad de cada uno”, dice el vocalista de
Frankie Ha Muerto.
“Para mí la música es mi problema mental hermano”
– dice el vocalista de Los Suziox y con él aparecen
los músicos que se reconocen como limitados o
incompletos por fuera de la música.
“Yo no puedo expresar sentimientos de ninguna otra
forma” –dice Germán de Back, dejándonos ver unos
seres que escapan a formas obsesivas, mutismos,
seres que se confunden de cálculos para encajar en la
realidad de los otros.
La música de Medellín (por lo menos su creación
profunda) está morada por seres más cercanos a la
matemática que a la retórica; sujetos que registran
mucho y también -generalmente sin que les resulte
práctico- calculan mucho pero terminan intoxicados de
unas lógicas que desafían su sentido de la estética (que
no es lo mismo, pero se parece al sentido de lo correcto
que tenemos todos). Es en ese contacto en el que el
músico se expone como inadaptado y la música se
convierte más vital como escape que como herramienta
o medio para el sustento económico.
El refugio es también –necesariamente– fuga. Porque
la música –además de lo que tiene todo arte, de la
capacidad de ordenar un mundo interno, deformar
uno externo y ampliarlo –o minimizarlo también
para liberarle espanto–1, la música es uno de los
artes que permite desvincularse de la realidad2.
Desprendido de imágenes (en una cultura tan visual)
y con la posibilidad de trabajar sin palabras –desde
la materia prima de los sonidos– la música está muy
libre de referencias.
Algunos sonidos –antes de volverse música– no
podemos saber si hacían parte de la realidad. La
unión de sonidos puede traducir existencias o hacer
que la real tenga que contar con algo de uno que no
pareciera tener lugar.
La música en Medellín más que recoger realidades, ha
forjado las propias, porque al interrumpir en los ruidos
ha cambiado el espacio, las formas de encontrarnos y
de intercambiar, traducir y expresarnos. Con la música
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este mundo se ve obligado cargar con muchos otros
mundos y muchos pudieron existir creando su espacio
en la ciudad (sin necesidad de territorio).
Esperamos con este libro haber hecho un inventario
del deleite que muestra que la música es urgente y
debe de haber muchas formas de vivir en la música,
entre ellas vivir de ésta. Ruido nos da contacto con un
mundo que tiene más de devoción que de cálculos y un
camino que al transitarlo crea más urgencias que las
necesidades que resuelve.