Desde la respuesta a la pregunta por uno mismo que
han encontrado muchos músicos en la música, también
está la sensación anónima de mezclarse, una idea
mundo de compartir un palpitar donde la sensación no
es ya la de destacarse sino la de hacer parte. La música
es integradora a algo indefinido.
“La música (te da) es algo que no te lo da alguna cosa
material, la música es algo que está por encima, te llena
el espíritu más que cualquier otra cosa” –dicen los
músicos de Duánima.
“La música es un núcleo, todo tiene música, todo
gira en torno a ella, conjunto de sonidos (…)” –
Dicen en El Faro.
Los músicos –como es de esperarse– tienden a
describir más que a definir la música y aparecen las
imágenes, las sensaciones, temperaturas en varias
pieles y los colores que se hacen tangibles. Masa de
fuegos –dice Rulaz Plazco hablando del Hip–hop–; “esa
bolsa–masa, ese plan fusión”.
Quizá más que dar cuenta de las palabras a la pregunta
de por qué la música es decir en qué tono o cuál es ese
pentagrama de las respuesta: primero –casi siempre–
alguna estridencia, luego un acorde mayor, silencios y
los acordes menores de la introspección.
En este libro se ha contado con la intención de no
resbalarse hacia una idolatría a los músicos –como
si fueran personas que no se asemejan en luchas y
convicciones con los demás– pero después de valorar
mucho lo que ocasionan, queda también en lo más
profundo una mística.
Los músicos tienen la posibilidad de estar frente a
algo reverencial y esto se hace visible en lo ceremonial
del silencio que aflora cuando se les pregunta por la
música; también en una letanía que dicta la música, la
música y una llave