el desafío de la insuficiencia expresiva de nombrar o
atreverse a decir.
Es un terreno atrevido plantear lo que se espera de
estas músicas, pero ya estás tendencias musicales no
están llenando el vacío simple de decir, la existencia
misma de la expresión no dice nada ya, y lo que queda
es superar la anestesia con las formas de la expresión
y los puntos de vista con los cuales superar los
lugares comunes.
Ante la anestesia de la sobreexposición, hacer sentir
es un oficio más complejo. Varios de los músicos
pueden no darse cuenta de un propósito adicional de
entretener, lo que nos pone frente a las categorías,
también en desuso, de lo light y lo heavy. Puede haber
un público mayoritario que le huye al sermón y al
negativismo y que no logra conectarse con una música
pesada, pero la complejidad de la escena de Medellín,
llena de resistentes supervivientes culturales, nos
señala que la música se puede divorciar completamente
de la industria del entretenimiento.
Curiosamente, y como una proeza superior a lo
demográfico, todo pareciera en ebullición en la ciudad,
y el espacio da la impresión de ampliarse o emerger
(desautorizado) por capas (y a la vez) y no por
repartición de espacios limitados. Mientras que todo
el mundo aparece en Twitter y Facebook, hay aún más
músicos –nos atrevemos a decir– en todos los géneros.
Incluso, el Hip–Hop parece crear una reacción
epidémica en rincones donde otras músicas no
llegan con ese impacto profundo de identificación.
Otras músicas, como el Punk, parecen tener
cualidades suficientes como para llegar a la ladera y a
adolescentes, no sólo populares, sino con unas francas
carencias económicas.
Al entrevistar a hoppers se encuentra una alusión muy
fuerte al beat, que nos recuerda los niveles de afinidad
con una música determinada. Sonidos que tienen
el impacto de una bonita alusión y que son afines a
nuestra personalidad pueden ser una explicación de las
personas que se sintieron atraídas por el Hip–Hop y no
otros géneros.
Algunas músicas son más propicias para el humor,
otras para la oposición y otras para la lamentación. En
el caso del Hip–Hop, el ritmo ocasionado por una pista,
elaborado por computador, se asemeja a un tambor que
va atrás de la lírica causando un sosiego algo nostálgico
en canciones que se circunscriben muchas veces en un
afanoso presente urbano.
Quizá la gran diferencia es que el Hip–Hop fue
desarrollando en Medellín (y a lo mejor en otros
lugares) un código de identidad barrial –como de
nodos– en el que todos los del vecindario cabían en
la movida que se estaba proponiendo y, a diferencia
de otras identidades musicales, no buscaba ciertas
características especiales como si se tratara de
elegidos. Por lo menos en un principio –y como se vive
en Medellín en su socialización inicial– el Hip–Hop
ofrece comodidades ideológicas que permiten mezclar
algunas tradiciones propias de la familia y del barrio
con otras ideas contraculturales.
En todo caso, un peso definitivo y práctico son los
precios y la escasa indumentaria para participar de
las prácticas del Hip–Hop. Aunque en el Punk también
se encuentra una economía en la falta de economía
–con bandas que hacen sus guitarras y la batería con
canecas y ollas–, en el Hip–Hop, con el abaratamiento
de la tecnología, resulta incluso más fácil hacerse a las
herramientas necesarias.
Más allá, el Hip–Hop está diseñado para obedecer a
la ausencia absoluta de instrumentos o incluso de
electricidad, con lo que es el beatbox –que se vuelve
la percusión humana– y la centralidad en el cantante,
en la rima y en el mensaje. Con sus otros elementos
como el graffiti, el deejay y el breakdance, se concreta la
filosofía de que “cada uno aporte a la cultura”.
Basta con el cuerpo y la personalidad para ingresar a
una práctica suficiente para el estilo de vida y no caer
en la masa amorfa de una audiencia. Sin darse cuenta,
el Hip–Hop tenía la capacidad análoga que ha tenido
el crimen en Medellín para la vinculación de jóvenes.
Mientras que el narcotráfico en Medellín ha requerido
del cuerpo de los jóvenes para la violencia, el Hip–Hop
tiene una raíz muy fuerte en la música compartida sin
tarimas, que más bien se haya en fiestas en las que se
forman círculos en los que cada quien va a haciendo su
demostración de a turnos (cyphers). Esto, por supuesto,
no ha hecho que el Hip–Hop compita con la violencia
ni con el narcotráfico, sino que le ha dado un nivel
de penetración y una democratización justo donde el
adolescente es más vulnerable.
La criminalidad en Medellín ha tenido una capacidad
enorme y, con ella, unos fenómenos de diseminación
muy fuertes y un comportamiento notablemente
violento. La alta exposición a la violencia ha dado
una visceralidad mayor a las canciones de dolor, pero
también ha truncando procesos y agr W6