Más allá de unas limitantes que tienen los estudios de
grabación caseros, muchos además tienen acceso a la
tecnología para editar y arreglar la música, a tal punto
que queda perdida hasta la idea original. Tal como pasa
en el mundo de las imágenes editadas, estamos ante
música a veces aplanada por unos recursos que ya no
coinciden con la composición y que alientan cierto
tipo de pereza cuando se lleva un proyecto a medias,
esperando que el productor lo termine de resolver.
En todo caso, son todavía más los músicos –y en
especial en algunos géneros– en los que el ejercicio
de preproducción, producción y postproducción es de
paciencia y disciplina, asumiendo la complejidad de
comprenderse, ajustarse y cimentarse.
Grabar puede ser un ejercicio tedioso de sincronía y
de que cada instrumento se defina solo y ordene sus
tiempos, sin la coordinación que motiva la banda. La
mirada del productor es la mirada externa que tiene la
inmensa elocuencia de demostrar que lo que se tenía
no funciona o no queda bien grabado si no se corrige.
Aparte de los largos periodos de grabación y repetición
–más tediosos en bandas con muchos instrumentos
musicales–, la experiencia de aplazar la grabación
porque hay errores en la propuesta musical misma
antes del paso final en estudio es otro enfrentamiento
al rigor. La labor del productor en Medellín ha sido, y
sigue siendo en el 2014, definitiva, llena de mística y de
responsabilidad, como esa mirada externa de curador
que comprende el potencial de una propuesta musical.
Al lado del productor está lo que significa el espacio.
Los estudios en la ciudad son lo que hacen de un
cuarto, una casa o un garaje un lugar de pequeños
pero profundos encuentros para el tránsito musical.
Más allá de las salas de ensayo, que son fundamentales
como iniciación, los estudios de grabación son las
transiciones definitivas, operando como nodos, tanto
los que son locales comerciales o universidades como
los que son espacios más informales.
Luego de ese enfrentamiento que significa la grabación
para la agrupación, el objetivo inicial de distribución
de la música se da hoy con total libertad. Más allá de
los derechos de autor tradicionales que funcionan
para algunos artistas aquí entrevistados, las formas
de registro en plataformas como iTunes y las miles de
alternativas y de formas conscientes o inconscientes
del Creative Commons, los músicos han tenido la
posibilidad, con el internet y el abaratamiento mismo
de la tecnología del cd, de renunciar al orden del
proceso de compilación para un álbum.
Los procesos son cada vez más abiertos y así los
artistas pueden ir difundiendo canción por canción,
lo que hace que la relación de los músicos y su
audiencia sea más cercana y cotidiana, pero también
algo frenética. En este escenario pueden surgir
músicos de una o dos canciones, que no tienen un
repertorio completo para un público y que no canalizan
correctamente el factor sorpresa de su entrada en
escena (y canales de distribución).
La necesidad de sacar algo permanentemente pareciera
no dar tregua y no parece consolidar una clara imagen
y menos un criterio de gusto. La distribución de la
música en internet –más allá de los cd producidos de
forma independiente– crea una demanda insaciable
por la novedad, que enfrenta al artista a un público
sumergido en una estimulación falsa. Después de
las facilidades importantes para el surgimiento, los
músicos pueden caer víctimas de un movimiento falso
o un movimiento que no obedece al desarrollo de una
audiencia y no pone el acento en la construcción de una
obra artística.
También están los adolescentes fundadores de estas
músicas que logran que detrás de su puesta en escena
haya un proceso enorme de compos