efectivamente hacía que la gente abandonara temprano
la calle y muchas labores. Se organizaron actividades y
encuentros artísticos para que la gente saliera a la calle
en la noche y se quedara en ella. A la salida nos vemos,
por su parte, ha sido jugar con la idea de los enfados o
las broncas entre colegiales. Son programas en alianza
con los colegios para que la expresión reprimida y las
peleas se expresen en poesía, música o teatro.
Por una parte, un adolescente puede definir su
identidad, la capacidad y demostrar quién es con la
fuerza expresiva del arte, mientras que Toque de salida
es una experiencia de artistas liderando una campaña
tangible frente al miedo. Una experiencia de una
acción de no-violencia frente al crimen y cualquier
tipo de arbitrariedad.
Lograr asumir un rol vecinal, una posición de ciudad
sin supeditar el arte a un objetivo de resocialización o
convivencia, ha sido también otra claridad de Ciudad
Frecuencia. Más bien se comparte lo que se tiene con
alegría, al tiempo que se hacen coincidir la movilización
y la música con una protesta frente a un sistema de
relaciones que nos imponen desde afuera. El punto
también está en luchar contra la tristeza que inunda a
barrios -por la violencia-, con alegría, sin dejar de lado
la reflexión, la crítica.
“Ni víctimas ni salvadores”, “guerrearla con mucha
alegría” porque “el arte se representa a sí mismo”. Un
colectivo “a favor de los jóvenes”, a los que no se les
promete nada, entendiendo su capacidad de elegir,
proponiéndoles únicamente que “con el arte vamos a
pasar muy bueno, y vamos a estar muy tranquilos”.
“Llamas y crestas, dificultades y aciertos, quiénes se
meten en esta frecuencia”.
Un cadáver, una lesión, las manos sobre el chelo, la
sonrisa sobre la batería, un arriendo, unos cables, un
zanquero y una familia. Para entender más esta magia,
una historia de vida maravillosa, la de un integrador.
Felipe Laverde era un pequeño niño cuando fue
alzado hasta los hombros de un gigante. Se trata de la
organización Pestañas, que trabajaba en el territorio
con zanqueros, clown y chirimías. Felipe no demoraría
en crecer un poco para meterse a la primera chirimía.
Desde ese proceso ambulante empezó a aprender la
percusión y a relacionarse con organizaciones sociales.
La chirimía se mezclaba con el fútbol y el fútbol estaba
bien, pero en todo caso recuerda que todos los años
le pedía al niño dios un tambor y una trompeta y
efectivamente, el niño dios le traía un balón y unos
guayos. Más aún, su nuevo gran amigo no lo hizo en
el fútbol, sino en las chirimías: Omar Vidal era un
adolescente con gran futuro en el teatro.
Una lesión ocurrida jugando un partido abría una época
muy dura, cuando llegó la noticia del asesinato de su
gran amigo. En ese trayecto de perder la ruta del fútbol
y un cómplice de todas las horas descubrió el silencio,
en el que en la cotidianidad laboral siempre siguió
recurriendo, pero lentamente se fue convirtiendo una
temporada para aprovechar la conexión latente de
siempre con la familia.
Dijeron “aquí estamos”. Eran una o varias casas todas
abiertas para él con unos abuelos dulces que reflejan
toda la historia de Castilla y sus padres Argiro Laverde
y María del Carmen González -que con el tiempo no
se perderían ninguna presentación y se volverían
logísticos o lo que fuera necesario en el Castilla
Festival Rock.
Para Felipe, la familia es la salud del ser. Con ese
primer ánimo, pero aún muy lastimado, empezó con
la batería, lo que