Ruido.pdf Oct. 2014 | Page 375

efectivamente hacía que la gente abandonara temprano la calle y muchas labores. Se organizaron actividades y encuentros artísticos para que la gente saliera a la calle en la noche y se quedara en ella. A la salida nos vemos, por su parte, ha sido jugar con la idea de los enfados o las broncas entre colegiales. Son programas en alianza con los colegios para que la expresión reprimida y las peleas se expresen en poesía, música o teatro.   Por una parte, un adolescente puede definir su identidad, la capacidad y demostrar quién es con la fuerza expresiva del arte, mientras que Toque de salida es una experiencia de artistas liderando una campaña tangible frente al miedo. Una experiencia de una acción de no-violencia frente al crimen y cualquier tipo de arbitrariedad.   Lograr asumir un rol vecinal, una posición de ciudad sin supeditar el arte a un objetivo de resocialización o convivencia, ha sido también otra claridad de Ciudad Frecuencia. Más bien se comparte lo que se tiene con alegría, al tiempo que se hacen coincidir la movilización y la música con una protesta frente a un sistema de relaciones que nos imponen desde afuera. El punto también está en luchar contra la tristeza que inunda a barrios -por la violencia-, con alegría, sin dejar de lado la reflexión, la crítica.   “Ni víctimas ni salvadores”, “guerrearla con mucha alegría” porque “el arte se representa a sí mismo”. Un colectivo “a favor de los jóvenes”, a los que no se les promete nada, entendiendo su capacidad de elegir, proponiéndoles únicamente que “con el arte vamos a pasar muy bueno, y vamos a estar muy tranquilos”.   “Llamas y crestas, dificultades y aciertos, quiénes se meten en esta frecuencia”. Un cadáver, una lesión, las manos sobre el chelo, la sonrisa sobre la batería, un arriendo, unos cables, un zanquero y una familia. Para entender más esta magia, una historia de vida maravillosa, la de un integrador.   Felipe Laverde era un pequeño niño cuando fue alzado hasta los hombros de un gigante. Se trata de la organización Pestañas, que trabajaba en el territorio con zanqueros, clown y chirimías. Felipe no demoraría en crecer un poco para meterse a la primera chirimía. Desde ese proceso ambulante empezó a aprender la percusión y a relacionarse con organizaciones sociales. La chirimía se mezclaba con el fútbol y el fútbol estaba bien, pero en todo caso recuerda que todos los años le pedía al niño dios un tambor y una trompeta y efectivamente, el niño dios le traía un balón y unos guayos. Más aún, su nuevo gran amigo no lo hizo en el fútbol, sino en las chirimías: Omar Vidal era un adolescente con gran futuro en el teatro.   Una lesión ocurrida jugando un partido abría una época muy dura, cuando llegó la noticia del asesinato de su gran amigo. En ese trayecto de perder la ruta del fútbol y un cómplice de todas las horas descubrió el silencio, en el que en la cotidianidad laboral siempre siguió recurriendo, pero lentamente se fue convirtiendo una temporada para aprovechar la conexión latente de siempre con la familia.   Dijeron “aquí estamos”. Eran una o varias casas todas abiertas para él con unos abuelos dulces que reflejan toda la historia de Castilla y sus padres Argiro Laverde y María del Carmen González -que con el tiempo no se perderían ninguna presentación y se volverían logísticos o lo que fuera necesario en el Castilla Festival Rock.   Para Felipe, la familia es la salud del ser. Con ese primer ánimo, pero aún muy lastimado, empezó con la batería, lo que