un grado de protesta y una forma de pensamiento
libre hasta un anarquismo manifiesto dado a un
estilo de vida cercano al caos y una forma de vivir sin
concesiones. No podemos alternar la escogencia del
Punk con algo que no es trivial: es una música que por
técnica, pero también por filosofía, está abierta para
que cualquiera con poca formación y práctica musical
la pueda ensayar.
La honestidad de las bandas es tal que en entrevistas
pueden confesar que querían arrancar con otra
música, pero fueron capaces con una alguna vertiente
del Punk. Esto que se registra en agrupaciones muy
jóvenes se ha visto como un cambio de género o
subgénero en agrupaciones con mayor trayectoria.
Medellín ha tenido poderosas ideas de Metal y Punk, así
como agrupaciones que en ambos géneros muestran
una amplitud técnica; lo que sucede es que pulirse
técnicamente para algunos en el Punk puede significar
como un despropósito y hasta una traición.
Las raíces del Punk en Medellín siguen mezcladas con
personajes que sienten una vida en el Punk y viven
de la venta ambulante, de las artesanías y hasta unos
pocos casos de vidas muy cercanas a la mendicidad.
Posiblemente lo que quedó atrás es que el Punk tuviera
una fuerte efervescencia en los ochenta ligado a una
identificación de clase baja.
Se puede rastrear en esa historia del Punk en la ciudad
un momento en el que un mundo del Punk y otro
mundo revolucionario se tocaron y dialogaron con
el código del comunismo. Varias cosas en Colombia
y en Medellín se vivieron con una década de retraso
y la emoción del cambio y de la izquierda acompañó
a varios artistas, primero de la literatura, luego de la
plástica y finalmente de la música.
Mientras que los rockeros de una época tenían una
claridad frente a la derecha y la izquierda, el código
de nuestros tiempos es escapar a las clasificaciones.
El Hip–Hop aparece en la ciudad después de
un desgaste de ciertos entusiasmos y ciertas
posibilidades de cambio social que habían aparecido
como clamores mundiales.
Mientras que el Hip–Hop toma una ruta para llegar a la
ciudad por medio de la televisión con la punta de lanza
del baile, el Punk llega en casetes y vinilos por circuitos
que se pueden clasificar como underground. Así el Punk
llega –por lo menos– una década antes que el Hip–Hop.
El Punk y el Metal –como géneros que ya sufrieron un
receso, o que por lo menos vivieron la coexistencia
en medio de tendencias completamente nuevas que
reclamaban algunas de sus banderas y canalizaban las
pulsiones adolescentes– resisten a los tiempos con algo
inamovible en dos códigos.
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El Punk asumió una clase, se acercó y sintió cómodo
en el código de lo obrero, pero renunció a la venta
de futuro y a cualquier orden –por más que fuera
nuevo– que le ofrecía la idea revolucionaria. Encontró
su naturaleza en un anarquismo que anula los
romanticismos revolucionarios y profundiza en
su descreimiento para encontrar el placer entre
las hendiduras de las ruinas del sistema. Puede
que en cierto circuito y momento rompiera con el
comunismo en tanto reclama –¿por qué no?– poder
ser lumpen y, con esto, no querer trabajar, ser
desadaptado y hasta anormal.
El Metal –como introspección– se alejaba, renunciaba
al contexto y reclamaba imaginaciones perfectas y
también perversas con las cuales encontrar salida
hundiéndose en lo atroz. Parecía renunciar a la clase
con su estética, con su elegancia, con una mirada que
casi siempre denigraba del sistema, pero que era
elitista con sus propios códigos.
Por su parte, el Hip–Hop emergía en Colombia en
una época en la que algo pareciera desgastarse
y lentamente los jóvenes empezaban a ocupar
generaciones con una memoria o información para
no creer en un gran momento y de paso separarse
de algunas ideas de poder y sospechar del poder en
cualquiera de sus lados o posiciones.
El Hip–Hop en un principio no parece encontrarse con
un gran movimiento –a veces ni siquiera con un claro
momento histórico– y entonces la comprensión de un
código de emigrante se hace más evidente alcanzando
cierta mística con el barrio, el gueto; ese encerrarse en
una comunidad que se asume propia y desprenderse
así de la ciudad (en Medellín con la comuna) y del país,
ampliando y enriqueciendo la categoría de barrio.
El Hip–Hop empezó a ofrecer estrategias combinadas
de apoyar a los suyos, su familia, y con ellos una
vecindad, superando lo comercial que los dejaba
por fuera. Al contrario de un desentendimiento o un
rechazo del mercado, como ocurre en el Metal y en
el Punk respectivamente, el Hip–Hop buscaba una
reivindicación que, si bien en Estados Unidos fue étnica
y fenotípica (lo negro), en Latinoamérica fue de clase y
de ingresos (pobres blancos, mestizos y negros).
De esta manera algunos de los hoppers entrevistados
confiesan haber visto la música como una salida para
cumplir con unos objetivos financieros y materiales,
una demostración de poder cambiar su posición en la
sociedad accediendo distinto al mercado. Así mismo,
como si se tratara de una combinación muy adaptativa,
las definiciones de Hip–Hop que dan sus músicos son
cercanas a un proceso social de base.
Curiosamente el Hip–Hop recupera un lugar de
respuesta que había tenido el Punk, como la calle y