la que una persona compone, es relacionista pública y
gerente de la banda, el típico caso de “La banda soy yo”.
Alrededor de personas especiales, con un grado de
obstinación tal que no requieren de evidencia para
dedicarle todo a un grupo de música, pueden verse
influidos algunos sujetos a cambiar de vocación,
impelidos y magnetizados por este. Se trata de aquel
que tenía la música como un pasatiempo –incluso
otro estudio o profesión– y termina, en algunos
momentos arrastrado y en otros persuadido,
tomando el camino de una agrupación que un
personaje delirante hizo viable.
Alrededor de los compositores están los que se mezclan
con la música, y aunque no estén haciendo música
como tal –como sucede con los escuchas– pueden
sentir la principal identificación en un sonido, un ritmo
y una letra.
Más allá de la importante discusión de que la palabra
género ya es insuficiente para lo que pasa con la
creación musical, cuando hablamos de Reggae, Punk,
Hip–Hop, Metal, Ska y Rock hablamos de una forma de
vivir y una visión frente al mundo.
Mientras que un adolescente puede tener visiones muy
simplificadoras de algún género, en el que encuentran
un manual de vida cerrado, muchos de los músicos
entrevistados muestran una forma de acercarse a un
ideario: toman, interpretan y mezclan. Algunos toman
su relación con una música y su estilo de vida como
algo conceptual y otros como algo sensorial.
La misma tendencia o estilo de vida que encierra
cada música define hasta dónde hablar de ella,
qué tanto se quiere difundir o qué tan cerrada
intentar hacerla. Mientras que uno ve una fuerza
evangelizadora en el Reggae, el Punk se vuelve algo
iconoclasta e impronunciable.
Si bien figuras como Bob Marley no generan cohesión
total en los músicos de Reggae, sí es del agrado de una
mayoría; en el Punk, en cambio, los que, en promedio,
una persona reconoce como los representantes del
género no son propiamente los reconocidos o apoyados
por los compositores de esta música en la ciudad. El
Punk no cuenta, como el Hip–Hop, con un fundador
ampliamente aprobado como es Afrika Bambaataa.
En Medellín, como en tantos otros lugares, hubo “una
traducción salvaje”1 que no tuvo en cuenta muchos
referentes del mercado y que luego resistió a un
encuentro de lo Punk con la tendencia rock star que se
vivió con grupos como ‘Sex Pistol’ o ‘Ramones’.
El Punk en Medellín se ocultó o se disimuló, pero
“está en todas partes”, en tanto sigue emergiendo y se
puede encontrar o contactar en muchas propuestas, en
muchas estéticas.
Hubo una época de ebullición, que muchos enmarcaron
en un momento en la Plaza de La Macarena, nombrado
como “la batalla de las bandas”. Allí se hizo evidente
que lo que estaba en juego no eran unos sonidos, una
manera de tocar o vestir, sino una manera completa de
vivir. El Punk ha conservado y renovado sus seguidores,
que comparten el código de lo iconoclasta, rechazando
ideas de honor, de gloria, de prestigio y de excelencia.
En el otro lado podría estar fácilmente el Metal, ambos
enfrentados a una misma realidad, pero dándole un
lugar y una función distinta a la imaginación. Se trata
de escapar de la desazón con una estilización que no
aprueba lo existente , que construye una forma de vida
llena de orgullo, de una cierta pureza que contradice
la establecida y de una virtud distinta a la que dicta el
sistema imperante.
De un lado están los grupos que sienten que su
música –como pasa tanto con el Metal– no puede
estar en la misma clasificación que otras tantas; de
otro lado –y no por eso menos sinceros o intensos–
están los que se vinculan por el sonido sin necesidad
de un gran concepto y sin separarse radicalmente de
otras músicas:
“El Metal es una descarga de energía y de una cantidad
de cosas que (…) te hacen sentir bien, es un éxtasis”. “El
riff del Metal me hace sentir bien: esas combinaciones
de escalas menores, tritonos…”
Mientras que el Punk se circunscribe en un futurismo
a veces trágico o postapocalíptico, el Metal maneja una
iconografía que nos recuerda lo medieval, hablándonos
a veces de un pasado o de un mundo paralelo que no se
desgastó en la modernidad, de mitos y magia. Ambos se
encuentran en la oscuridad, pero mientras que el Punk
sale de la oscuridad con humor, el Metal se da luz con
una especie de virtud.
Ninguno de los entrevistados que hacen Metal se
mostraron interesados, ni siquiera curiosos, por la
literatura o la iconografía del satanismo; sin embargo,
mucho más allá de la caricatura, en las raíces de
Medellín también hubo metaleros que bebieron de
los conceptos del satanismo como un ideario que
acompañaba a una revolución que debía liberar
al hombre hasta de dios. El Metal de grupos que
están emergiendo hoy en Medellín trae a colación la
mitología noruega o la celta, y otras tantas veces –en
general con canciones en inglés, aunque compuestas
por ellos– simplemente busca hablar de lo nefasto
desde lo nefasto y ponerse a prueba con un género que
tiende a ser musicalmente más exigente que el Punk
Por su parte, los punkeros FR