Dos etapas
Esta “voluntad de crear”, como la llama Piolín de
‘Reencarnación’, tiene dos etapas que nos enfrentan
a dos tipos de músicos diferentes, pero quizás con un
devenir similar. En la primera etapa –década de los
ochenta y mediados de los noventa– la mayoría de los
nacientes músicos solo seguían un sonido, uno que les
llegaba de afuera y les fijaba una idea; aquí había una
apuesta por emular, quizás ni siquiera eran sonidos;
era generar sensaciones, alcanzarlas o parecerse a
ellas. En esta etapa no había partituras, mucho menos
conocimiento de instrumentos, sólo buscar igualar o
representar ese momento de euforia que emitían los
equipos de sonido del momento.
Quizás es temerario decir que la época de los ochenta
en Medellín fundó un tipo de músico diferente a todo
lo que había en el mundo, pero lo cierto es que la forma
como aprendieron a tocar –siguiendo unos impulsos
sonoros–, la afinación y construcción de instrumentos
propios y la búsqueda de canciones únicas, que partían
de una emulación, pero transformando el sonido por las
características de los instrumentos y los músicos, sí creó
algo inédito en música y músicos. Fue una generación
que pasó casi una década sin estudiar música en el
sentido tradicional de este ejercicio, pero que cometió,
trasgredió, ejecutó y respiró música hasta los límites de
sus propias posibilidades. Muchos de estos músicos sólo
empezaron a leer notas, a conocer partituras y entender
de grabación y producción hasta principios de la década
de los noventa.
La segunda etapa fueron los músicos de mediados de
los noventa y el dos mil. La voluntad creadora también
se encuentra en esta época, pero mediada por nuevas
posibilidades técnicas. El querer hacer música ya
encontraba un entorno con más recursos técnicos. Desde
los primeros computadores dedicados para la música
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