A estas alturas iniciaba el verdadero frenesí,
mis dos manos de norte a sur, cuando norte
ya círculos y mallugando tus dunas
como a fruta madura o ya en tu cuello haciendo
una presión gentil, como declarándose propietarias,
cuando sur o jugando en la selva, palpando tu monte
o recorriendo tu vientre y luego tu anverso,
para abrirme más el paso hacia ti, mi espiga
ya no sólo embestía, ahora serpenteaba,
recorría en círculos el interior de tu palacio.
Era entonces que te convertías en guerrera,
y sin aviso derribándome te colocabas
a horcajadas sobre mi: iniciaba tu ataque,
tus caderas bailaban la más bella danza,
en círculos también, tus palmas aprisionaban
mis pechos y tus uñas parecían clavarse en mi carne,
seguías en tu vaivén, en tu danza polinesia;
mientras yo como loco, como poseído con mis manos
forzaba tus caderas a caer estrepitosamente
sobre mi pelvis, ese era mi turno para voltear
los papeles, me convertía en atacante, en
un abrazo mis manos a tu espalda, afianzando
mis dedos en tus hombros, tus piernas
al rededor de mi cintura sin tregua alguna,
tú iniciabas tu grito de guerra y hablabas
en una lengua incomprensible para mi,
yo sólo vivía el momento, pero no decía
palabra alguna, disfrutaba escuchar la única
palabra que comprendía, mi nombre,
seguíamos hasta desbordar nuestro manantial.
Caíamos ambos vencedores, abrazados,
mirando hacia arriba por unos minutos,
luego nos mirábamos y sonreíamos,
bueno tu me sonreías y yo hacía mi mueca,
después de eso venía tu psicoanálisis, poco te
entendía pero me encantaba verte desnuda,
hablándome, con tus lentes ya puestos y el cabello
hecho maraña, tu tratando de arreglarlo,
seguías hablando no sé que tantas cosas raras
que si desórdenes, que si esquizoide,
yo jalaba tu brazo para hacerte caer en la cama
a mi lado y apagar toda esa verborrea con un beso,
eso y lo que nuestros cuerpos hacían era lo único
que yo entendía.
Sé, esta no es fecha para escribir estas cosas
pero tú te apareces en mi día a día, no te busco
pero no dejo de mirarte
me haces falta, el ya no tenerte me ha dolido
quisiera aunque sea escuchar tus análisis,
tus teorías, tu veías un poco en mi interior
sin espanto, sin ser inquisitiva, comprendiendo
y respetando, como una verdadera amiga,
¿Y por que no me enseñaste a olvidar?
a sacar de mi mente cualquier momento
a plena voluntad, o a hacerte presente
de forma menos etérea, para poder poco
a poco deslizar mis dedos por tu rostro
y volver a ver esa bella expresión de niña pícara
que hacías al sonreír mientras poco a poco...
Te desnudabas.
Por: Víctor Hugo
Gutiérrez Macías
5