En el marco de la reunión del G-20 en San Petersburgo, Rusia, Dilma Rousseff se reunió
en privado con Barack Obama sin que se revelaran detalles de lo que se platicó. De igual
manera en la misma reunión, el mandatario mexicano conversó vía telefónica con el
presidente estadounidense.
Semejantes revelaciones ponen en tela de juicio la relación bilateral que existe entre estos
países y Estados Unidos, pues de acuerdo con la NSA no se sabe si son amigos, enemigos o
problemas.
No extraña confirmar algo que se sospechaba, desde hace tiempo, que el gobierno
estadounidense espía a otros países, a pesar de ser una violación al derecho internacional,
a la Carta de las Naciones Unidas y a la jurisprudencia de la Corte Internacional. Lo que
de verdad extraña e intimida es confirmar con documentos en mano que esta práctica es
recurrente y que las agencias de investigación invierten millones de dólares (250 millones
de dólares al año) en ello. Aún más, ¿Para qué nos espían? ¿Cuál es el fin verdadero…?
Otra pregunta que nace luego de hacerse públicas las filtraciones es: Una vez obtenida la
información por la NSA es : ¿Para qué quieren esa información?
Tampoco podemos pasar por alto dos preguntas fundamentales para el gobierno
norteamericano. ¿Por qué México?
Es cierto que México y Estados Unidos comparten una muy larga frontera, pero ¿esa es
razón para espiarnos?
Y efectivamente, el actual Presidente de México era candidato cuando se realizó el
espionaje y su eventual elección suponía cambios pero, ¿se justifica entonces haberlo
espiado?
Sería lógico pensar, en el caso de México, que está información sería usada para saber con
lujo de detalle los movimientos del gobierno mexicano, su economía…
Por el lado de Brasil, es su claro posicionamiento como potencia emergente.
Desafortunadamente para el mundo y para nosotros particularmente, esta es una de las
tantas interrogantes que no tendrán ni respuesta clara y mucho menos consecuencia
alguna para la gran potencia.
Por: Gabriel Rico Albarrán