¿Dónde queda tu sentido de aventura? –
me preguntó
Ya estamos aquí, sigamos adelante
animándome a continuar.
Una inmensa sed inundo mi boca, sentí
la garganta totalmente seca y mis labios
ardientes, intente buscar entre lugar
alguien que tuviera un aspecto un poco
amigable para pedir agua, sin embargo
cada que miraba alguien nuevo parecía
más extraño que el anterior y un raro
escalofrío comenzó a recorrer mi cuerpo,
no me atreví a
hablarle a nadie
seguimos caminando entre casas y
escaleras.
Debe
haber algo interesante arriba,
¡vamos! nos seas miedosa tu mama y tus
hermanas nos han dejado, deben estar ya
allá arriba, interrumpió mi esposo mientras
extendía su mano para ayudarme a subir.
Subimos las escaleras y comencé a ver lo
que parecían casas enterradas entre el
cerro, era como si hubieran habilitado
cuevas para vivir dentro.
Unas mujeres extrañas de aspecto árabe,
cubiertas de pies a cabeza caminaban con
la mirada distraída y ni siquiera notaban
nuestra presencia, había mucho silencio y
cada mujer que pasaba parecía realizar
una tarea sin ni siquiera mirarnos.
Esto es extraño musite, quiero irme.
El siguiente piso al que llegamos daba a
una serie de pasillos y cuartos lastimados
por el tiempo, el piso ya era de cemento
y los muros de tabique, al llegar un
extraño cambio de temperatura se sintió
en el aire, un frio como latigazo cayó
sobre nuestros cuerpos, la pintura
carcomida y las
maderas entre
quebradas que sostenían las ventanas
nos daban una vista menos deplorable a
lo anterior, sin darme cuenta me quede
sola, perdí el momento en que mi esposo
se alejó en ese laberinto de pasillos que
conducían a distintas habitaciones.
Una música de repente llamo mi
atención rompiendo el silencio sepulcral
que habitaba hasta ese momento,
sonaba a una vieja canción que salía de
un pequeño baúl de música que de
niña tuve.