Por: Sheccid
“MUÑECAS MUERTAS”
SEGUNDA PARTE
Corrí tan pronto como pude, vi a mi madre, me abalancé sobre ella queriendo hablar pero
mi voz no salía, escuché alguien correr a lo lejos, tomé a mi madre que me miraba con expresión
atónita tratando de entender lo que me pasaba.
Abrí una pequeña puerta tratando de esconderme de lo que se escuchaba entre los
pasillos, nunca lo vi pero sentía palpar el miedo al entrar a lo que parecía un armario, dentro se
encendió una luz, mi otra hermana estaba ahí y me preguntó qué pasaba con una voz muy
tranquila, ¡Allá muñecas! –le dije– ¡muñecas muertas! alcancé a decir y el cabello comenzó a
salir de nuevo de mi garganta. El rostro de la que yo creí que era mi hermana comenzó a
transformarse diabólicamente y mi madre se desvaneció en el aire frente a mis ojos, corrí de
nuevo agitadamente susurrando rezos. Llegué a otra habitación; el cabello había dejado de salir
de mi boca y yo no pensaba mas que en salir de ahí –es la casa de una bruja– me decía ¡salir,
salir!, ¡tiene que haber una manera de salir de aquí!
Entre los pasillos se oían gritos fantasmales de dolor, miré a mi alrededor, esta habitación
era distinta, había un hilera de cunas pequeñas y la pared parecía recién pintada de tono rosado,
todo estaba impecable, las camas parecían recién tendidas y la limpieza era exagerada, lo que
llamó mi atención fueron las pequeñas ventanas, los cristales estaban llenos de lodo y no podía
mirar a través de ellos, mientras dentro todo exageradamente limpio, caminé aun con miedo
entre las camas vi un baúl abierto lleno de juguetes, me agaché porque estaban acomodados de
orden impresionante, otra muñeca llamó mi atención, parecía recién sacada de su estuche, su
vestido de princesa de colores pastel combinaban con el azul impresionante de sus ojos, una
sombrilla pegada a su cuerpo hacía juego, los rizos delicadamente definidos, era completamente
hermosa.
Una pequeña voz interrumpió mis pensamientos, brinqué al sentir que alguien más
estaba ahí, ¡Deja mis juguetes! –me dijo– la miré era pequeña niña de color, su rostro inocente
pero enojado me miraba fijamente, no tenía más allá de unos 7 años, su vestido del mismo azul
que el de su muñeca –la cual ya había quitado de mis manos– lucía igual que toda la habitación.
De pronto me di cuenta que era su voz la que escuchaba en mi cabeza, no hablaba era como si
se metiera en mi mente.
¡No toques mis juguetes!, me advirtió de nuevo, –ya estamos aquí sigamos adelante–
animándome a continuar.