…Lluvia caminó y caminó, tal vez tratando de recorrer todo ése espacio con dirección a su felicidad, sin importarle tanto el tiempo que le llevara para hacerlo, pero no pasaba nada, no había aire, ni siquiera ruido, solamente un enorme silencio, tan espeso y tan siniestro que helaba sus huesos, sin saber siquiera el porqué. No sentía miedo, ni tristeza, solo un vacío en el alma que iba creciendo a cada paso que daba, hasta llenarse de rabia, tristeza y soledad, todo tan junto que era imposible saber si eran tres sentimientos distintos o los tres sentimientos habían formado uno solo.
El mundo de la soledad, fue quizá el más inquietante que Lluvia haya vivido, sin embargo los duros golpes de la vida la habían enseñado a luchar sin importar los resultados de esa lucha.
Una vez más la mano de Dios permitió que la voluntad de la joven la motivara a continuar caminando y llego al reino de la tristeza, el camino más largo que ella ha recorrido y tal vez el más difícil. Los miedos y las dudas desfilaban desafiantes en la mente de la joven, las más atrevidas de ellas emergían constantemente en sus pensamientos y parecían auto gritarle
-¿Porque a mí?
-¿Yo que hice?
-¿Hice algo para merecerme esto?
Y fueron tan insistentes y desafiantes, que herían de dudas a Lluvia. La sensación de culpa e incertidumbre llenó de lágrimas su camino, acompañándola incesante hasta llegar a la desesperación.
Al amanecer la joven se llenó de valor y decidió salir de ese largo camino, era claro que no iba a ser fácil, su problema era tan abismal e incomprensible, que ningún ser mortal estaría dispuesto a intentar resolverlo.
Lluvia había decidido continuar sola, porque que ya no creía en nadie, incluso muchas veces había sentido la curiosa sensación de no creer en ella, culpándose de no poder ayudarse, de no ser racional, aunque alguna vez escuchó que ser racional a veces implica pensar de forma irracional, porque esa es la única forma de romper con los paradigmas.
El viejo restaurante parecía dibujar una sonrisa amable a la joven y a pesar de su vejez, las rojas tejas que cubrían su techo, daban un toque moderno a sus viejas paredes y a los grandes cristales que tenía por ventanas. Al entrar, un agradable aroma a hogar cobijaba el frío semblante de la joven, quien después de saludar se acomodaba en su mesa favorita, tomando como siempre la carta, observándola sin leerla, esperando a que alguien, sin importar quien, le ofreciera decidirse por algo.
“El problema con las decisiones, radica en la incapacidad del hombre de adivinar su propio destino, puesto que incluso las mejores decisiones pueden ser incorrectas”.
Lluvia en su caso prefería decidirse siempre por aquellas decisiones que anteriormente había conocido de su padre, relacionándolos y adaptándolos a cada situación que se enfrentaba en la vida. Odiaba a ese restaurante, tanto o más que a sus propios recuerdos sobre ella, pero era el único lugar en donde guardaba recuerdos gratos de su padre. Desde muy pequeña, su padre la llevaba con él para tomar el café, leer el diario e irse a trabajar, aprovechando de paso para dejarla en la escuela. Nunca sintió pereza de levantarse a las 6 de la mañana solo para ver a su padre tomando el café y degustando una suave pieza de pan, mientras ella observaba su desayuno o probaba solo una porción de ella, alegando siempre no tener hambre. De su rostro escapaba una pequeña sonrisa que parecía esconderse entre sus labios, tan tenue que se escurría como una suave colina sobre la nieve de una montaña.
Al morir su padre, creyó que jamás volvería a ese lugar, porque todos los recuerdos gratos de su infancia, se entintaban de amargura y de tristeza. Sin embargo el tiempo había logrado que ella tomara el valor de recordar a su padre, en cada sitio y en cada pieza de los lugares recorridos, lugares que parecían ofrendar sus mejores detalles para ella… (Continuará)
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