Al incorporarnos con la mirada fija al cielo me dijo:
-Observa a los árboles, siempre caen bien.
Le pregunte que si siempre eran tan grandes ellos, y con tanta
naturalidad me dijo que no, que como todos crecen, sólo que ellos
siempre van hacia arriba.
Siempre que veo un árbol gigante, recuerdo a papá, joven y lleno
de vida.
Hoy hace más de 15 años de eso, me encuentro sentada en un
parque ajeno, viendo las estrellas y estando arropada por los
gigantes, pero ahora con la gran diferencia de que ya no está Papá,
y descubrí que él ahora es una de esas estrellas.
La noche es fresca y corre el viento meciendo las ramas de estos
árboles gigantes, que pareciera que se mueven persiguiéndome, a
paso lento y torpe, los observo y sé que la vida que ellos tienen es
eterna y que siempre fluye a mí.
Me gusta ver sus ramas, moviéndose siempre hacia los lados
dejándose despeinar, interrumpen el silencio con su canto creado por
el rose de sus ramas, y me dan la misma paz que hace años le
regalaron a papá.
Disfruto de su vida y paso largos otoños también observándoles y
robándoles suspiros. Desde aquella tarde con Papá no pierdo la
oportunidad de acércame a ellos cuando hay viento o en su infinita
quietud, la cosa es pues, inmortalizar a Papá en éstos mi ahora
Gigantes…
Por: Liz Arzola