Gigantes
Dentro de esta vida apenas puedo mantenerme entera, siempre me
he sentido infinita, pero hoy dedique tiempo a sentir y pensar en
algo más que “Mi yo eterno”.
Camine por una senda larga y ligeramente empedrada, mientras mi
andar se pronunciaba por el camino, mis pies regocijaban al tacto
con las piedras, esa sensación de un raspeo cosquillante me hace
sentir viva.
Mientras sigue la vida alrededor de mi cielo, todos los árboles que
encierran mi camino, se mesen al sonido del viento, ahí es cuando
percibo y me hacen rescatar un recuerdo de cuando niña, de ésa
época en que Papá solía jugar a las escondidas con esta alma
apenas crédula del futuro.
Recordé el parquecito en donde nos acostábamos a pasto libre,
recuerdo sensorialmente lo húmedo del pasto y ese olor
característico que tiene cuando está mojado.
Trataba de alcanzar la mano de Papá para poder abrazarle, él
miraba fija y profundamente el cielo y solía decir que dentro de él
siempre había estrellas que no hacen creer, justamente alcancé su
mano y tomé el impulso necesario para llegar a su mejilla, que tenía
ya una barba de dos días, irritante al tacto de mis labios, pero a la
vez fascinante de saberlo mío y que ése era nuestro momento, y que
aquel parque siempre sería nuestro lugar.
Lo miré con cierto recelo, y al encontrarnos los ojos, vi en él, la paz
que pocos momentos pueden regalarnos, me abrazó apretándome
con todas sus fuerzas, tanto que hasta hoy me siento protegida por
él.
Percibí en su ropa ese olor a cigarrillo mezclado con perfume, jamás
he de olvidar ese olor, ni el cálido soplido de vida que me regaló en
ese instante, nunca me había sentido tan feliz.