UN HOMBRE DIFERENTE, UN HOMBRE DISCRETO
Terapias, intrigas, fracasos e intimidad en un sillón parecido a un diván.
“Tener tacto es la habilidad de decirle a alguien que se vaya al carajo de tal manera
que espere ansioso por el viaje” W. Churchill
Yoshiro tiene 40 años. Ha estado casado 10 años y tiene dos hijos, de 9 y 5 años. Vive
feliz con Linda, su esposa. Hace aproximadamente un lustro -desde que Akira, el vástago
menor, llegó al mundo-, ellos no han tenido ningún encuentro íntimo. Lo intentaron. Lo
intentaron mucho. Hasta el cansancio. Se dieron por vencidos y pensaron, como suelen
hacerlo las parejas que llevan muchos años a cuestas, que la rutina hizo lo suyo y bien
podían prescindir de la entrega carnal porque sus vínculos emocionales y sociales, familiares,
hereditarios, estaban sólidos.
Linda quedó conforme porque en todo este tiempo Yoshiro continúa siendo igual de
cariñoso y no ha dado pie a una sospecha sobre infidelidad. Él también es dichoso, porque su
vida es perfecta: hace tres años encontró un nuevo amor en los brazos de Daiki, su asistente
en la compañía, un joven de 24 años, apuesto, educado, amoroso y muy, muy sexy.
Por supuesto, el amasiato de Yoshiro y Daiki se debe a la perfección de lo clandestino.
Nadie lo sabe… En su lugar de trabajo impera un ambiente machista del siglo XII y el
hombre que no acosa a una secretaria o a una colaboradora de nivel inferior es tomado por
afeminado –Daiki a veces juega a flirtear