Travesías didácticas Nº 29 • Diciembre 2018 | Page 55
devenidos de una conducta antisocial resultantes de una separación familiar, son menores en
comparación con los riesgos de crecer en un ambiente sostenido en la discordia dentro del
seno familiar (Fergusson, Horwod y Lynskey, 1992). Del mismo modo, los resultados de
investigaciones en el campo, demostraron que los riesgos de depresión se derivan de la mala
crianza (a raíz de la desintegración familiar) y no de la ruptura como tal (Harris, Brown y Bifulco,
1986). Al respecto, la bibliografía especializada ofrece evidencias vinculadas a lo determinante
que es el hecho de cómo los padres fomentaron el desarrollo de la resiliencia, y en el caso de
que este primer “cinturón de contención” falle, el que generó el contexto más próximo del niño.
En concordancia con lo expuesto, Cyrulnik (2009) asegura que la variabilidad del estrés
postraumático depende en gran medida del contexto, que hace a unos vulnerables, y a otros
resistentes, por éste motivo quienes ejerzan como tutores de resiliencia colaborarán –en gran
medida gracias al relato- en que un mismo acontecimiento pase de la vergüenza al orgullo, de
la sombra a la luz.
Continuando con el mismo lineamiento, Ungar, Ghazinour y Richter (2013) se centran de lleno
en el análisis del ambiente social del niño, trazando una teoría sistémica de la capacidad de
resistencia, la cual exige el cambio de las posibilidades sociales adversas de los individuos,
en lugar de cambiar la capacidad de un individuo para hacer frente a ellas. A raíz de ello, más
que trabajar en aspectos individuales de la psique del sujeto, los autores observan el
imperativo de proporcionar los recursos necesarios para la mejora contextual del mismo en el
momento oportuno (familias, educación y comunidades). Con respecto a la capacidad de
mejora de provisión de herramientas, los autores abogan por estar atentos a la política y la
relevancia cultural, es decir, establecer los recursos comunales e institucionales para mejorar
los resultados del desarrollo en diferentes contextos culturales. En otras palabras, diseñar
intervenciones pertinentes para el bienestar del niño.
Otro autor que investigó en la importancia del contexto es Barber (2013), quien nos invita a
pensar en las dimensiones contextuales y normativas de la resiliencia. El autor sostiene la
superposición de la capacidad de recuperación con otras construcciones, como la adaptación
y la potenciación de diferentes ámbitos de funcionamiento competente. En concreto, nos
remite a la dimensión política de bienestar y de la calidad de vida, es decir, ¿qué valores y
significado están vinculados con el desarrollo del niño? La resiliencia personal y cívica está en
el centro de los esfuerzos para asegurar la dignidad, la esperanza, la seguridad, la
autodeterminación y los derechos humanos en medio del caos y la violencia de la vida
cotidiana. Asimismo, asegura que si hemos de tomar en serio la idea de que las vías de
resiliencia son complejas y específicas al contexto, entonces tenemos que evaluar la
normativa, así como las medidas de adaptación, la salud y el bienestar.
Continuando con el enfoque de la mejora contextual, Henderson y Milstein (2003) elaboraron
un modelo cuya pretensión es promocionar la resiliencia en contextos formales. Por ello, al
aplicarlo, proponen seguir seis pasos. Los tres primeros de ellos, están destinados a
encaminar nuestra actuación a la mitigación de los factores de riesgo en el ambiente:
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