Travesías didácticas Nº 29 • Diciembre 2018 | Page 53

Es por ello que Monroy Cortés y Palacios Cruz (2011) sostienen que para el estudio de la resiliencia, se deben tomar en cuenta los factores biológicos asociados al estrés agudo y crónico, los factores familiares, los comunitarios, y los propios de individuo. Dentro del primero de los casos - el de aquellos vinculados a los factores biológicos asociados al estrés agudo y crónico- se hace necesario discernir algunos términos esenciales como son el de alostasis, carga alostática y sobrecarga alostática. A través de la alostasis, el Sistema Nervioso Autónomo, el eje límbico-hipotálamo- hipófisisadrenal (LHHA) y los sistemas cardiovascular, metabólico e inmune protegen al cuerpo al responder ante el estrés interno y el externo, todo lo cual, una vez desaparecido el estrés agudo se llegue a un estado de homeostasis (que el individuo logre una correcta adaptación) o no (Tafet, 2008). En este último caso, se presentan efectos dañinos sobre la función fisiológica y psicológica que se van acumulando, denominada carga alostática (Mc Ewen, 1998). La carga alostática es una continua respuesta de estrés des-regulada. Este desgaste o agotamiento se produce por una hiperactividad del sistema de alostasis, que - como ya mencionamos- a largo plazo, puede causar patologías tanto orgánicas como psíquicas. Entender los conceptos de alostasis y carga alostática nos permite una mirada más integradora y compleja sobre temas clásicos y a veces simplificados como son el estrés y la homeostasis. La búsqueda de respuestas acerca de por qué nos enfermamos nos fuerza a pensar en la interrelación entre la genética, el medio ambiente y las vulnerabilidades (Pilnik, 2004). En conformidad con lo expuesto, Charney (2004) sostiene que existen distintos neurotransmisores, neuropéptidos y hormonas que intervienen ante el estrés agudo, los cuales tienen interacciones funcionales que pueden producir una respuesta psicobiológica al mismo, además de consecuencias psiquiátricas a largo plazo debido a que median mecanismos y circuitos neuronales que regulan la recompensa, el condicionamiento al miedo, y la conducta social. Kaufman et al. (2004) evaluaron los probables factores de riesgo para el desarrollo de un primer episodio depresivo en niños con alto riesgo, (niños que no tenían historia personal de algún trastorno afectivo, pero que al menos contaban con un familiar de primer grado y un familiar de segundo grado con historia de un trastorno afectivo infantil, recurrente, bipolar o depresión psicótica). En este estudio se encontró que los niños con alto riesgo tenían tres veces más probabilidad de desarrollar un primer episodio depresivo, siendo el promedio de edad de presentación del primer episodio depresivo los 14 años. En paralelo, Monroy Cortés y Palacios Cruz (2011) delimitan los factores relacionados con la comunidad como fundamentales para el desarrollo de la personalidad del niño y del adolescente. Observaron que los niños que viven en vecindarios violentos tienen un riesgo elevado de desarrollar trastornos internalizados y externalizados. A estos niños se les describe como hipervigilantes, con alteraciones del sueño, y con su regulación cardiovascular alterada. Un vecindario cohesionado y contenedor es un elemento atenuante del estrés en los niños y en los adolescentes. En efecto, una adecuada organización social (cohesión de la comunidad, supervisión de los jóvenes por los adultos y una alta participación en organizaciones locales) 51