Travesías didácticas Nº 29 • Diciembre 2018 | Page 49
la resiliencia requiere de un estudio longitudinal para su riguroso abordaje, es decir, considerar
una policausalidad de factores examinando en especial la interdependencia de los genes y el
medio ambiente.
A su vez Gramezy se basó en los estudios pioneros de Bleuler (1978) sobre niños de madres
con esquizofrenia, demostrando que incluso en este grupo de alto riesgo, había numerosos
ejemplos de individuos con patrones adaptativos y presencia de evolución en su conducta
social, dejándonos como uno de sus grandes legados la propuesta de que la resiliencia tenía
que ser vista como un proceso y no como un atributo predeterminado de un individuo,
destacando un método de abordaje mixto: cuanti y cualitativo.
Durante las dos últimas décadas, ha habido una marcada tendencia a que los investigadores,
los médicos, y los responsables de las políticas públicas cambien sus enfoques de los factores
de riesgo de la resiliencia, poniendo el eje en lo positivo por sobre lo desadaptativo (Mohaupt,
2008).
Desde la visión de Cyrulnik (2005), todo estudio de la resiliencia debería trabajar tres
aspectos principales:
1) Adquirir desde los primeros años de vida recursos internos que se impregnen en el
temperamento, explicará la forma de reaccionar ante distintas agresiones, ofreciendo
guías de desarrollo sólidas.
2) La estructura de la agresión explica los daños provocados por el primer golpe, herida o
carencia. Pero será la significación que ese golpe haya de adquirir en la posterior vida
emocional del magullado, lo que explique los devastadores efectos del segundo golpe,
el que provoca el trauma.
3) Ofrecer la posibilidad de retornar a los lugares donde se alojan los afectos y las
actividades que la sociedad dispone alrededor del herido, ofrece guías de resiliencia
que le permitirá proseguir un desarrollo favorable
En la actualidad, la investigación sobre la capacidad de recuperación a raíz de los
acontecimientos de vida potencialmente traumáticos está todavía en evolución. Durante
décadas, los investigadores han documentado la resiliencia en los niños expuestos a
ambientes corrosivos, como la pobreza o el maltrato crónico, y más recientemente, el estudio
de la resiliencia ha migrado a la investigación en adultos (Bonanno y Diminich, 2013).
Por su parte Rutter (2013) afirma que los resultados de las investigaciones sobre resiliencia
no se traducen en un claro programa de prevención y tratamiento, pero brindan numerosas
pistas que se centran en la visión dinámica de los problemas de aquellos que puedan estar
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