Por: Hno. Miguel Alonso, Misionero Servidor de la Palabra
Parroquia del Santísimo Sacramento de Pirque
MI RESPUESTA
DEBE SER DE AMOR
ESTÁ DEMÁS MENCIONAR QUE ESTAMOS EN TIEMPOS
DIFÍCILES PUESTO QUE YA LO HEMOS ESCUCHADO, PERO, ¿LO
ESTAMOS COMPRENDIENDO? HOY EN DIA HAY MUCHA GENTE
QUE, A PESAR DE LA SITUACIÓN, SIGUE SÓLO PENSANDO EN
SU BIENESTAR Y NO EN EL DE LOS DEMÁS.
Un verdadero seguidor de Cristo no puede dejar que domine en
sí el individualismo, No podemos permitir que la distancia social
—necesaria en estos días por seguridad, salud y prudencia— nos
lleve a tomar distancia de los más vulnerables, aquellos que sufren
carencias producto de la falta de trabajo y alimento a raíz de
la cuarentena. Esa distancia social no puede generar en nosotros
una distancia cargada de indiferencia, sólo por pensar en nuestra
salud, la familia y nuestras necesidades, porque eso nos vuelve
hacia el ego interno que destruye el alma. La respuesta ante esta
situación radica, simplemente, en el Amor.
Jesús amó a las personas de su pueblo con un amor comprensivo.
Y ese Amor permanece fuerte y duradero hasta hoy, porque Cristo
nos ama de la misma forma a ti y a mí. Ese amor comprensivo no es
ciego, al contrario, tiene una vista estupenda, porque alcanza a ver
la necesidad del más vulnerable, especialmente durante está dura
pandemia. “Que se amen los unos a los otros como yo los he amado”
(Juan 13, 34). No podemos ser ciegos ni sordos a este mandato.
Jesús hace que broten de lo más profundo de las personas la bondad
y los dones sepultados en ellas. Con la misma seguridad con
que hizo salir de la tumba a Lázaro, muerto hacía cuatro días, así
también, amando a los enfermos y marginados, a los solitarios y
vencidos, los hace volver a la plenitud de la vida.
Zaqueo era “un enano” e indudablemente más de una vez se había
subido a un árbol para ver mejor alguna cosa. Era físicamente
pequeño y, sin embargo, era el Jefe de los publicanos de Jericó,
un rico recaudador de impuestos, hábil en arrancarles el dinero a
sus compañeros judíos, para entregárselo al pomposo emperador
romano. A nadie le caía bien. Seguramente que ni a ti ni a mí nos
hubiera simpatizado tampoco. Sin embargo, un día, cuando Jesús
avanzaba lentamente con la multitud que lo seguía, Zaqueo fue a
subirse entre las ramas de una higuera, precisamente para alcanzar
a ver a ese Jesús. Nunca siquiera soñó lo que le iba a pasar. Se
quedó pasmado cuando vio que Jesús se dirigía hacia la higuera en
donde él estaba. Zaqueo escuchó estas increíbles palabras: “Oye,
Zaqueo, quisiera quedarme hoy en la noche aquí en Jericó. ¿Podría
quedarme en tu casa?” (Evangelio de san Lucas 19, 1-10). El corazón
de aquel hombrecillo latía aceleradamente. Se decía interiormente:
“El quiere estar conmigo”. Es obvio que la multitud no compartía
el gozo alborotado de Zaqueo. El Evangelio dice que la gente
“comenzó a rezongar”. Entonces Zaqueo brincó del árbol y en medio
de su inexplicable alegría prometió dar la mitad de sus bienes
a los pobres y devolver el cuádruplo a quien hubiera estafado.
Entonces Jesús le aseguró al hombrecillo que la salvación había
llegado a su casa ese día, porque el Hijo del Hombre había venido
“para buscar y salvar a los que estaban perdidos”. La bondad y los
dones de Zaqueo estaban enterrados y al contacto de Jesús y de su
amor comprensivo, salieron a la luz. Aquel hombrecito y su mundo
no volvieron a ser lo que habían sido.
Este episodio descrito en el párrafo anterior debemos verlo con
ojos de providencia, oportunidad para que en este tiempo brote de
nosotros nuestra mejor versión de cristianos, de hermanos e hijos
de un sólo Padre, infinitamente amoroso, que no abandona, sino
que se manifiesta en quienes obran con bondad y amor. Dejémonos
llevar por el Amor de Jesús, de la mano de María, volviendo
nuestra mirada a los más necesitados.
36 TODOPIRQUE