considera necesario que el docente dentro de su medición del conocimiento,
conduzca la educación a una antropo-ética, al considerar el carácter ternario
de la condición humana de ser a la vez individuo, sociedad y especie, siendo
la ciudadanía terrestre en el siglo XXI, de esta manera, la ética no se podría
enseñar con lecciones de moral.
En el mismo orden de ideas la ética debe formarse en las mentes a
partir de la conciencia de que el humano es al mismo tiempo individuo, parte
de una sociedad, de una especie. Cada quien lleva triple realidad. De igual
manera, todo desarrollo verdaderamente humano debe comprender el
proceso conjunto de las autonomías individuales, de las participaciones
comunitarias y la conciencia de pertenecer a la especie humana.
De allí, se esbozan las dos grandes finalidades ético-políticas del nuevo
milenio, establecer una relación de control mutuo entre la sociedad y los
individuos por medio de la democracia y concebir la humanidad como
comunidad planetaria. La educación no debe sólo contribuir a una toma de
conciencia de nuestra tierra-patria, sino también permitir que esta conciencia
se traduzca en la voluntad de realizar la ciudadanía terrenal.
Por esta razón, la educación debe desplegar las posibilidades para los
educandos se conviertan en hombres y mujeres responsables en la toma de
decisiones, capaces de formarse juicios correctos ante la realidad,
respetuosos de los demás, dotados de una sana autoestima y bien
posesionados de sus derechos y deberes sociales para el ejercicio de la
democracia. Así Pérez Esclarín (1997), considera que “si bien cierto que la
escuela no va a cambiar la sociedad, es evidente que pueda reafirmar,
contrastar valores dominantes que promuevan la igualdad, la justicia y respeto
a los demás.” (pág. 96)
En este sentido, la concepción de un docente mediador y orientador,
más que un dador de clase, con criterios de aprender y enseñar-enseñar
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Arbitrado
Por otro lado, es importante atender lo señalado por Morín (2000) quien